miércoles, 10 de enero de 2018

SILVIA

17 de noviembre.
Maldito diario:

Tras varios meses de ausencia
(casi desde el último abril
del que ya solo queda un tenue arco iris
en algunos fotogramas polvorientos),
tengo algo nuevo que contarte.

Esta mañana de ido con Silvia
(sí, con Silvia, has leído bien)
de compras a la Gran Vía,
a una de esas tiendas del centro
donde los maniquíes besan
sin censura a la anorexia.
Después de probarse nueve vestidos
he pensado, con franqueza, que para qué,
si no hay tejido mas hermoso que su piel.
(Pero claro, no he podido decírselo).
Al final se ha decidido por uno de flores
de mil formas y colores,
como si hasta el despiadado noviembre
fuese para ella primavera.
Pero si Silvia se empeña en que es primavera
florecen los cerezos hasta en la Antártida.

Después hemos ido de cañas a La Latina,
a los bares y esquinas de siempre;
ella ahora bebe sin alcohol,
y a mí, como siempre, casi me basta
con mirar sus labios mientras bebe.

Comenta Silvia:
"Enamorarse de la persona equivocada
es desenamorarse de uno mismo."
¡Qué poco se imagina ella cuán cierta
(y puñetera)
es esa afirmación!

Me ha hablado del último libro que ha leído,
del frío criminal que hace en Copenhague
del trabajo en el que acaba de empezar,
de que ya ve la luz al final del túnel...
La luz al final del túnel son tus ojos, he pensado,
verdes como las primaveras de la juventud.

Maldito diario...
¡no imaginas cuánta nostalgia cabe
en un par de palmos de distancia,
cuántos recuerdos revividos
de un lado a otro de una mesa,
cuántas primaveras levantando muros
entre su boca y la mía,
cuánta fantasía a mil años luz
de la puta realidad!

De vuelta a casa de sus padres
hemos regresado también a la infancia:
ya no está ese banco donde nos sentábamos
y tantas veces planeé besarla
cuando todavía no teníamos edad
(ni sitio)
para las tristezas,
tampoco el parque donde su risa
convertía un taciturno columpio
en una vertiginosa montaña rusa,
y un centro comercial ha engullido aquel descampado
donde jugábamos al escondite
y siempre me dejaba coger
(aunque ella no lo sabía)
por el simple placer de oírla gritar mi nombre.

"Nos han cambiado la ciudad,
el presente y hasta el futuro...
pero los recuerdos siguen en su sitio",
le he confesado.

Ella me ha mirado con melancolía
pero ha sonreído.
Hasta ese momento casi he creído
que podía salir ileso
(o con escasas secuelas)
de aquel encuentro
Pero esa sonrisa me ha derrotado...
y ya sabemos que no es posible salir ileso
de un naufragio en alta mar
o de los restos de un terremoto.
La misma sonrisa de entonces,
fascinante como un truco de magia;
la sonrisa de los recreos,
la de los cumpleaños en la calle,
la de las miradas cómplices,
la de tantas tardes en mi casa
compartiendo secretos y música,
un auricular para cada uno,
cuando las canciones eran una aventura
y sus letras himnos insondables.

La misma condenada e irresistible sonrisa
de te quiero, pero como amigo,
la de me voy a estudiar a Dinamarca
la del día de su boda
en esa fotografía con ese otro chico
que nunca fui yo.

Nos hemos despedido hasta la próxima
(quizás pronto, tal vez nunca),
con besos y abrazos tímidos.

Ya solo, sentado en el autobús,
con los ojos empañados
e intentando huir del pasado,
con su perfume y su sonrisa
aún prendidos en mi recuerdo,
he pensado en ese afortunado de la foto que,
en la próxima primavera,
decorará el suelo con los pétalos
de su vestido.

No he podido evitar odiarla,
odiarla con todo mi alma;
a la primavera claro,
porque a Silvia la amaré siempre.



Juanma - 9 - Enero - 2018

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