sábado, 6 de enero de 2018

N

N se asoma a esa ventana
melancólica
de un lunes cualquiera.
Su casa huele a vacío y abandono,
a polución nocturna y a angustia;
un gato maúlla en algún rincón,
el frío se cuela por un cristal roto,
y otra vez se quema el café.

Las farolas parecen curiosas estrellas
mientras N echa de menos
lo que fue ayer,
casi tanto como lo que será mañana.
Más que lo que fue, lo que sentía entonces:
aquellas mariposas en el estómago,
la magia en los huesos,
el amor en el alma
el cóctel de hormonas,
la droga del corazón…

N pone un disco de Leonard Cohen
en el viejo tocadiscos,
enciende un canuto
con el viejo zippo de H
y deja flotar sus pensamientos:
a veces sale de su cuerpo,
flota alrededor de la lámpara
y recupera la fe;
otras, siente que su piel
es una madriguera llena de ladrones,
que las canciones y los porros
jamás le traen ya de vuelta
los posos de su risa,
la ilusión de los viernes,
las caricias multiorgásmicas,
la sensación de ser alguien.
Aunque sea por una última vez.

A N le gustaría abrasarse
la piel con otras manos,
la boca con otros labios;
y poder decir, con algo de fortuna,
aquello de que aún no estamos muertos
mientras se acaba
el último sorbo de cerveza
en las entrañas de un tugurio
de mala muerte;
fuera en la calle huele a mar,
a tierra mojada,
a café derramado
o a apocalipsis, ¡qué más da!
En ese efímero instante
un vagabundo muere,
una duda se disipa,
un mimo estornuda,
un nuevo día amanece
y una niña pide un deseo
mientras el agua del lavabo
se lleva su pestaña por el desagüe.

(Lluvia)

N aplasta la colilla en la acera
y escucha el blues invisible del agua
inundando el mundo.
La ciudad nunca duerme,
eso ya lo sabe
desde siempre.
Como esa puñetera cantinela
de mañana será otro día,
de qué ojeras llevas hoy,
de no bebas entre semana
de un clavo saca otro clavo…
de adiós a tanta tontería.

Juanma - 6 - Enero - 2018

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