domingo, 26 de noviembre de 2017

EL CUENTO DE LA VIDA

Apenas tienen cinco años cuando se conocen. Es el primer día de colegio y sus madres los dejan en una clase llena de otros niños llamativos, pero menos. Menos niños no, menos llamativos los unos para los otros que como se atraían ellos entre sí.
    Su historia empieza en una mesa verde llena de bolas de arcilla que, a diferencia de la plastilina, al quedarse seca se endurece, como la vida. Él fabrica un unicornio, ella no sabe qué es. Él le explica que es un caballo mágico, ella se ríe y él también. Después moldea un barco y le asegura que, cuando esté acabado, navegarán a bordo de él por el patio de recreo en los días de lluvia, y vivirán aventuras increíbles surcando lagos malditos, mares lejanos, el mundo entero. Ella sonríe con los ojos brillantes de ilusión.
    Pasan los recreos siempre juntos, contándose historias imaginadas, cuentos recién inventados, fábulas en primera persona. Los demás niños los miran con recelo, observándolos a una distancia prudente, como si fuesen bichos raros que no conocieran. Aprenden a escribir juntos, a leer de la mano, a sumar y restar cantando... y cogen la costumbre de contarse el argumento de los libros en primera persona. Se disfrazan de los héroes de sus sueños, crecen dentro de sus mentiras, se abrazan de mentira, y se besan de mentira, como los novios de mentira.
    Llega el último verano de colegio y ya no les quedan más septiembres. Se mienten, esta vez sin saberlo. Poco a poco, como planetas en distintas órbitas, se van distanciando irremediablemente. Siguen viéndose de manera casual por el barrio, pero cada vez conversan menos, se miran menos, se sonríen menos... hasta que el saludo se convierte casi en obligación.
    Pasan los años de mentira y van conociendo a otros ellos. Llenan sus nuevas vidas de otras mentiras, aunque mucho menos cómplices, más mundanas, menos divertidas. Un día ella entra en una discoteca, ya decepcionada de esa nueva vida, y se lo encuentra. Entre tragos de alcohol recapacita: “de todos los que me han mentido, nadie me ha mentido como él”. Se acerca y le saluda. Al oído le confiesa que está en la discoteca porque el descapotable se le ha averiado, iba de camino a una cena con músicos, actores y gente del mundo de la moda. Él se ríe, se separa con los ojos brillantes, hace una pausa para mirarla. Se acerca a su oído y le miente. Así que ambos, mentidos de arriba abajo, salen a buscar al unicornio de arcilla, que con el tiempo ya está amaestrado, para que los lleve a la fiesta. Se besan y hacen el amor en un portal.
    Siguen viéndose de vez en cuando para mentirse. Se mienten incluso sobre sus actuales parejas. Se van contando sus bodas programadas, los hijos que tendrán, sus viajes, sus mascotas... Poco a poco van dejándolo todo para mentirse más frecuentemente, hasta que ya casi se mienten en exclusiva. Hasta que un día deciden irse a vivir juntos, para mentirse ya del todo. Y es entonces cuando cada uno descubre todas las verdades del otro.
    Salen por la mañana a trabajar a la ciudad, y vuelven corriendo por la tarde a mentirse en su reino recién conquistado, a lomos de su caballo mágico. Pero una noche ella se pone enferma, y acuden a un hospital muy falto de fantasía. Un doctor le diagnostica una enfermedad incurable, y le cuenta que apenas le quedan unas semanas de vida. Ella llora y maldice todas las verdades del mundo.
     Él se quita los zapatos y se acurruca en la cama junto a ella, abrazándola con fuerza. Le aparta el pelo de la oreja para alimentarla de una última mentira. Le explica que ellos no existen, que son parte de un cuento, un relato nacido de la fantasía de un pensamiento. Le cuenta que son tan reales como los unicornios, y que al final del cuento no se muere, porque los cuentos no tienen final. Y le promete, sin más mentiras, esta vez ya de verdad, que vivirá para siempre en su recuerdo y su corazón.

Juanma - 26 - Noviembre - 2017