miércoles, 5 de julio de 2017

FONDO DE ESCRITORIO

Terminó de fumar su cigarrillo y lo apagó, aplastándolo en el cenicero. Pequeñas volutas de humo se elevaron en espiral hacia el techo. Llevaba meses diciendo que tenía que dejar el tabaco; pero aquel propósito había terminado convirtiéndose en un mantra, un consejo que nunca terminaba de tomarse demasiado en serio. Cada vez fumaba menos, se justificaba a sí mismo. Bastante menos que hacía unos años. Y era verdad. Pero ese último cigarro después de cenar era un pequeño placer al que no estaba dispuesto a renunciar. Apartó el cenicero de la mesa y en su lugar colocó su ordenador portátil. Otro ritual. Después de su habitual dosis de nicotina, le gustaba revisar su correo electrónico y echar un vistazo a las redes sociales antes de irse a la cama. Lo abrió y pulsó la tecla de encendido. Mientras se ponía en marcha echó un vistazo a la televisión. Las noticias informaban de un atentado terrorista en un país de Oriente Medio. Otro más. Últimamente ver los informativos sin perder el ánimo suponía un auténtico ejercicio de fuerza de voluntad: asesinatos, violencia, terrorismo, violaciones, ataques xenófobos o machistas, pederastia… Cambió de canal casi como un autómata. A veces pasaba minutos así, haciendo zapping casi por costumbre y sin detenerse en ninguna cadena en particular. Apenas había nada que mereciera la pena. Finalmente apagó el televisor y dejó el mando a distancia a un lado de la mesa. Fijó su atención en la pantalla del ordenador. Ya debería haberse encendido. Pero su página de inicio que mostraba una imagen de la “Estrella de la Muerte” de la película “Star Wars”, junto a los iconos de su escritorio, no estaba allí. En su lugar se mostraba una especie de fotografía borrosa, en la que apenas se distinguía nada. El fondo era negro y parecía difuminado. Parecía intuirse una figura o silueta borrosa frente a un objeto de forma cuadrada o rectangular. Pero la imagen era tan confusa, casi etérea, que era imposible discernir de qué se trataba.
     ¿Qué era aquello? ¿Podía tratarse de alguna fotografía que tuviera guardada en una de sus carpetas y que hubiera utilizado sin querer como fondo de escritorio? No, esa imagen no le sonaba de nada. Y la noche anterior cuando apagó el portátil todo estaba en orden. ¿Tal vez algún virus se había instalado en su equipo? Tenía un potente antivirus, pero eso tampoco era nunca suficiente y él no era un experto en la materia; su nivel informático era solo de usuario. Se acercó para mirar la imagen con más detenimiento; pero cuánto más cerca, más borrosa y extraña parecía. Se levantó del sofá para alejarse un poco. Algo más nítida, sin duda; pero igual de confusa y sin sentido. Una silueta frente a un objeto grande y cuadrado. No le recordaba a nada que conociera. Volvió a sentarse y pulsó la tecla de Escape. Nada que hacer, la fotografía seguía ahí. Probó una, dos tres, cuatro veces más con el mismo resultado. Exasperado se disponía a apagar el equipo cuando la imagen se desvaneció y su familiar “Estrella de la Muerte” volvía a estar allí, ocupando el fondo de escritorio.
     Se quedó unos momentos mirando perplejo la pantalla. Y por primera vez en mucho tiempo, encendió un segundo cigarrillo después de cenar y antes de irse a la cama. Había sido algo extraño. O cuanto menos inusual. Y aquella misteriosa imagen era… ¿Cómo podía definirla? ¿Perturbadora? Eso le había parecido. ¿Qué significaba? ¿Qué demonios hacía en su ordenador? Presionó el icono de la pantalla que abría el antivirus. Inició un análisis completo de su equipo en busca de algún nuevo patógeno informático que hubiera infectado su portátil. Tras unos minutos, este le indicó que no había ningún archivo infectado y que su equipo estaba protegido. Bien, parecía no haber sufrido ningún ataque externo. Se tranquilizó y se recostó en el sofá. Tal vez su pequeño compañero estaba empezando su inevitable declive. Hacía casi ocho años que lo tenía y era probable que su funcionamiento fuera no ya óptimo, si no siquiera aceptable. En los últimos meses había sufrido numerosos problemas de rendimiento y cada vez tardaba más tiempo en encenderse y apagarse. También se calentaba demasiado y se había apagado solo y sin razón aparente en varias ocasiones. Seguro que aquella imagen que se había colado en su pantalla de inicio no era más que otro fallo del sistema. Sí, tenía que ser eso, no había otra explicación. Se le habían pasado las ganas de revisar su correo y redes sociales, así que apagó el ordenador y se fue a la cama.

                                                              ***

En las horas previas al alba despertó varias veces, acechado por sueños extraños e inquietantes. Pero por la mañana apenas recordaba nada de ellos, salvo la sensación de angustia y desazón propia de las pesadillas. Se levantó antes que de costumbre y, tras la ducha y el desayuno, aún le sobraban unos quince minutos antes de salir camino del trabajo. Como la noche anterior no revisó el correo, decidió dedicar esos minutos extras que había conseguido a echarle un vistazo, no fuera a ser que hubiera recibido alguno importante. Se sentó frente a su portátil, que anoche dejó abierto encima de la mesa, y presionó la tecla de encendido. Esperó apenas unos segundos (últimamente tardaba más de un minuto en arrancar) hasta que la pantalla se encendió. Pero, de nuevo, no fue su habitual fondo de escritorio lo que iluminó la pantalla, sino la misma insólita imagen de la pasada noche.
     El maldito equipo estaba empezando a fallar demasiado. Quizá fuera hora de ir pensando en cambiarlo por uno nuevo. Sí, aquella misma tarde se pasaría a… ¡Un momento! Algo en la imagen llamó su atención. Se acercó a la pantalla. Era la misma fotografía y, sin embargo, no lo era. Podía notar algunos cambios. Imperceptibles, pero ahí estaban. Para empezar, la imagen parecía más nítida. Sí, sin duda no estaba tan borrosa como por la noche. La figura que estaba de pie se veía con mayor claridad. Era alta y delgada, pero aún no se apreciaban más detalles a simple vista. Y lo que unas horas antes le pareció un objeto grande de forma cuadrada o rectangular, también había definido bastantes sus contornos, aunque no lo suficiente como para saber de qué se trataba. Pero mirando con detenimiento… Sí, parecía que algo sobresalía de su superficie. Algo abultado. Al mismo tiempo, en el fondo que la noche anterior era del todo oscuro, se apreciaban una especie de manchas de distintos colores, pero era imposible discernir qué eran.
     ¡Santo cielo! La imagen era la misma que la de noche pasada, pero parecía que se estaba definiendo. Como si por alguna extraña razón con el paso del tiempo su contenido fuera aclarándose, iluminándose, mostrándose… ¿Mostrándose? ¿Cómo podía ser eso posible? ¿De qué manera había llegado allí esa fotografía? ¿O quién la había puesto?
     Miró su reloj. ¡Maldita sea! Había consumido más de los quince minutos que le había ganado a la mañana al levantarse. Iba a llegar tarde al trabajo. Cerró el portátil de un golpe y salió de casa a la carrera. Por la noche volvería al tema de aquella maldita imagen… si conseguía quitársela de la cabeza durante el día.

                                                              ***

Como era de esperar, pasó toda la mañana dándole vueltas a la condenada foto. Cada vez que cerraba los ojos, la visión estaba allí, como enmarcada en sus pensamientos. Durante la hora del desayuno no se movió de su mesa y, sin darse apenas cuenta de lo que hacía, se encontró dibujando la fotografía en una libreta con uno de sus bolígrafos. Se detuvo al ser consciente de lo que estaba haciendo. Miró hacia ambos lados para cerciorarse de que nadie le miraba, arrancó la hoja, hizo con ella una bola y la lanzó a la papelera. Era una tontería, pero no quería que alguien le preguntara. Más que nada, no le apetecía hablar con nadie. A mediodía empezó a tranquilizarse. La imagen fue difuminándose con el paso de las horas y empezó a recobrar su buen humor habitual. Se estaba preocupando por una idiotez. Sí, de acuerdo que la fotografía había cambiado en unas horas, pero eso no quería decir nada. Tal vez, en el fondo, su equipo sí se había infectado por algún tipo de virus o malware. Quizá algún hacker estaba jugando con él. O simplemente era algún mal funcionamiento del sistema, una imagen alojada en las entrañas de la máquina, un archivo erróneo o una foto distorsionada… Podía tener mil explicaciones distintas y racionales, ¿y qué hacía él? Devanarse los sesos pensando en fenómenos extraños, espías informáticos y cosas raras. Sin embargo, tenía unas ganas enormes, casi como si un imán lo atrajera sin remisión, de volver a casa y abrir el ordenador. Quería comprobar si todo había desaparecido, si no había sido más que un fallo o si, por el contrario, la fotografía seguía allí. Y lo que era peor, si seguía transformándose.

                                                              ***

Por regla general, jamás tocaba el ordenador al llegar a casa. No sentía la necesidad, o adicción, de pasarse todo el día conectado a internet como esa gente que veía a diario con sus teléfonos móviles en la mano, casi como si fuesen una extensión más de su brazo. Le gustaba tomar algo por la tarde con los amigos tras salir del trabajo, o llegar a casa y beberse una cerveza relajado mientras echaba un vistazo a la televisión u hojeaba el periódico del día o alguna revista. Después se duchaba, cenaba, fumaba un pitillo y ya después, poco antes de acostarse, revisaba su correo y redes sociales. Pero esa tarde salió como alma que lleva el diablo camino de su casa. Pese a todos sus intentos de quitarle importancia al asunto, no podía evitarlo. Sentía una ligera opresión en el pecho y tenía una especie de… ¿premonición? No estaba seguro de si esa era la palabra correcta, pero intuía algo, aunque no sabía qué.
     Fue directo al sofá tras cerrar la puerta de entrada de un portazo. El portátil se encontraba cerrado sobre la mesita de estar, tal y como lo dejara aquella misma mañana. Se sentó de forma solemne en el sofá, como si se dispusiera a oficiar un ritual importante. Encendió un cigarrillo, lo cual era una mala noticia. Si empezaba a fumar en horarios distintos de los que tenía establecidos, sabía que sin darse apenas cuenta volvería a hacerlo de manera habitual. Pero en aquellos momentos lo necesitaba para calmar su ansiedad. Exhaló el humo que había tragado de la primera calada y abrió el portátil con determinación…
     ¡No podía ser! El ordenador debía permanecer en estado de hibernación tras haberlo cerrado sin apagarlo, no podía haber nada en la pantalla hasta que lo encendiera, pero… ¡la maldita imagen volvía a estar allí! ¡Aquello ya sí que era inconcebible! Se levantó y caminó en círculos alrededor de la mesa, lanzando miradas fugaces hacia la pantalla cuando pasaba por delante, tal vez esperando que la fotografía desapareciera por sí misma. Pero seguía en primer plano, reclamando su atención. Se asomó a la ventana y observó la calle. Una densa niebla había caído sobre la ciudad al caer la tarde y la luz de las farolas iluminaba las aceras y a los escasos transeúntes como en una postal londinense. Recordó lo de los cambios que experimentó la imagen por la mañana. Corrió las cortinas y volvió a sentarse para fijarse con detenimiento en ella. ¡Efectivamente, había cambiado otra vez! No era la misma de esta mañana. Sí tal vez el fondo, el encuadre, los objetos… Pero de nuevo la imagen se veía más nítida, los detalles más cristalinos…. La figura que permanecía de pie parecía envuelta en una túnica o capa negra con capucha que cubría todo su cuerpo y la cabeza. Con una mano parecía señalar hacia aquello que tenía frente a él. Estudió el objeto y, por primera vez, supo de qué se trataba. Era una cama. Una cama grande. Y lo que parecía que abultaba encima era otra figura, una persona acostada en ella que descansaba bajo las mantas…
     ¡Era una habitación! La fotografía mostraba una habitación en la que una persona dormía en su cama y, frente a ella, otra persona encapuchada la señalaba con el dedo. Y las manchas del fondo podían ser objetos o cuadros que adornaban las paredes. ¿Qué diablos significaba aquello? ¿Qué era esa habitación y quiénes aquellas personas? Un pensamiento fugaz, casi invisible, consiguió abrirse paso por algún resquicio de su mente, como un desgarrón en el tejido de la memoria, una intersección en el borde del abismo de sus recuerdos, pero no pudo asirlo. Se escabulló por entre las grietas del tiempo dejándolo más confundido aún que antes.
     Presionó la tecla de encendido varias veces sin éxito. Cuando estaba a punto de desistir y cerrar el portátil, este se encendió de repente y la extraña fotografía desapareció dando paso a su familiar “Estrella de la Muerte”. Nada de aquello tenía el menor sentido. ¿Acaso alguien había hackeado su ordenador y estaba jugando con él, gastándole una broma pesada? ¿Algún amigo, tal vez?
     Volvió a cerrarlo sin hacer uso de él. Era viernes por la noche y el fin de semana no podría, pero el lunes sin falta llevaría su ordenador a un técnico para que lo mirara y le dijese qué diablos era aquella condenada fotografía y de dónde había salido. Se fue a la cama inquieto, lanzando miradas furtivas al portátil mientras abandonaba el salón. Se prometió no abrirlo, es más, ni tocarlo, durante todo el fin de semana. Lo ignoraría. Se olvidaría de él. Y borraría aquella jodida imagen de su mente.

                                                              ***

La noche interior y la noche exterior. Una encrucijada de sombras, un cruce de caminos en el que los sueños y la realidad se encontraban, mezclaban y confundían, dos dimensiones paralelas, dos mundos superpuestos donde la oscuridad era el elemento dominante del paisaje. Tuvo pesadillas con la fotografía durante toda aquella madrugada. En una de ellas atravesaba un largo y oscuro pasillo.  A cada lado, una interminable hilera de puertas. Iba abriendo cada una de ellas y todas daban a la misma habitación borrosa y distorsionada. La figura encapuchada era siempre la misma, pero la persona que yacía en la cama cambiaba en cada ocasión. Reconoció a su padre, fallecido hacía ya tres años, a su hermana, a su jefe, a su exnovia, a un amigo… Y también a otra gente que no reconocía, o no recordaba. En la última puerta, la figura de la capa no miraba en dirección a la cama, se volvía hacia él y levantaba su mano derecha para señalarlo con el dedo índice…
     Despertó sobresaltado y jadeando. Tenía la boca seca y un nudo en el estómago. Tuvo que correr hasta el baño para vomitar, aunque no tenía nada sólido dentro de su cuerpo que echar. Le dolía horrores la cabeza, así que se tomó un par de aspirinas y, tras darse una ducha y tomar un café bastante cargado, salió de casa. No quería pasar el sábado encerrado en casa y cerca de aquel maldito cacharro.
     Fue a visitar a su hermana y esta le invitó a comer, a lo que accedió encantado. Habló con ella y su cuñado de mil asuntos triviales, jugó un rato con su sobrino, vieron una película. Por unas horas, consiguió despejar su mente y olvidar los acontecimientos de los últimos días. Por supuesto, no les contó nada acerca de ellos. Por la tarde fue a dar un paseo por el centro de la ciudad y llamó a un par de amigos para tomar unas cervezas y cenar esa noche.
     Regresó a casa pasada la medianoche. Se sentó en el sofá y encendió la televisión. En un canal estaban emitiendo la película “Al final de la escalera”. Pese a que la había visto varias veces, se enganchó de nuevo a ella de inmediato. Era uno de los films de terror que más le impresionó cuando lo vio por primera vez siendo un adolescente. La agobiante atmósfera de aquella mansión, aquellos golpes resonando por toda la casa, la inquietante pelota rodando escaleras abajo… La película le tenía atrapado; sin embargo, no podía evitar echar un vistazo cada dos por tres al portátil que, como un objeto chamánico de poder, parecía reclamar su atención una y otra vez.
     De no haber llevado unas cuantas cervezas encima, podría haber seguido viendo la película y evitar la tentación. Pero la euforia propia del alcohol hizo que se envalentonara y cambiase el guion que había escrito por la mañana. Una parte de él quería olvidar todo aquel tema, pero en el fondo la curiosidad era más fuerte. Necesitaba saber más, desentrañar el misterio, comprobar si la maldita imagen seguía transformándose como por arte de magia delante de sus ojos.
     Abrió el maldito artilugio del demonio. Esperaba volver a encontrarse con la pesadilla de primeras, pero esta vez la pantalla estaba apagada y sin imagen, como debía ser. Pulsó la tecla de encendido y aguardó…. La espera se le hizo eterna. Ahora que quería enfrentarse a aquello, fuera lo que fuese, ahora que decidía plantarle cara, parecía no querer hacer acto de presencia. Treinta segundos. Cuarenta y cinco. Un minuto. Dos… Jamás tardaba tanto en arrancar. ¿Querían jugar con él, sacarlo de quicio? Si así era…
     Y de repente, ahí estaba de nuevo la fotografía ocupando toda su atención e interrumpiendo sus pensamientos. Ahogó un grito de sorpresa y se tapó la boca con una mano, sus ojos abiertos de par en par, sin dar crédito a lo que veían. Esta vez la imagen era totalmente cristalina y bien definida, como un cuadro recién pintado. Y sabía con absoluta certeza lo que estaba viendo. Quizá por eso, sin saber por qué, en las ocasiones anteriores había creído ver o intuir algo familiar en ella. ¿Y cómo podía no serlo? ¡Lo que tenía ante sus ojos era una fotografía de su propia habitación! ¿Cómo era aquello posible?
     Y, sin embargo, ahí estaba. Su habitación. Lo que anteriormente confundiera con manchas eran los cuadros y estanterías que había en la pared del fondo. Y en el centro, una figura con algo parecido a una sotana de monje con capucha señalando en dirección a la cama con el dedo índice de su mano derecha. Y tumbado en ella, arrebujado baso sus mantas, se encontraba él durmiendo y ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.
     Se levantó aturdido y aterrado. Aquello estaba llegando demasiado lejos. Alguien tenía que haber entrado en su casa, no encontraba otra explicación. Quién fuera, se había colado a hurtadillas en su domicilio, entrado en su habitación disfrazado de Ghostface o lo que fuese aquello… No, como mínimo tenían que haber sido dos personas. La que posaba en el centro del dormitorio y la que, entretanto, sacaba la instantánea. ¿Y cómo no se había despertado? Por regla general, tenía el sueño ligero. El suave aleteo de una mariposa bastaba para despertarlo. ¿Quién podía haber entrado? No encontró la cerradura forzada ningún día y solo su hermana disponía de una copia de la llave para cualquier emergencia. Pero su hermana y su cuñado no podían haber sido. Ellos jamás le gastarían una broma de ese tipo… ¡Pero no, no podía ser!… Además de cerrar la puerta de entrada con llave, por dentro tenía una cadena que también echaba de noche y que tenía que quitar por la mañana para salir. Nadie podía haber salido y echar la cadena desde fuera, eso era imposible. Y no recordaba haberla encontrado desechada ninguna mañana. Tampoco podían haber entrado por alguna ventana o la terraza. Vivía en un sexto piso. Aquello no tenía lógica ninguna. Pero de alguna manera, alguien se había colado en su casa, sacado aquella fotografía, entrado en su ordenador, y ahora le gastaba una broma cruel y macabra.
     Sin darse cuenta se vio con otro cigarrillo en una mano y un vaso de whisky con hielo en la otra. Pero gracias a ello consiguió serenarse un poco. No debía perder los nervios. Tenía que pensar con claridad y no dejarse llevar por la confusión o la ira. Aquella noche ya no podía solucionar nada, lo mejor era intentar descansar y dormir un poco. Por la mañana, en cuanto despertase, acudiría a la comisaría más cercana con su portátil y denunciaría los hechos a la policía. Les explicaría todo lo sucedido, les enseñaría la puñetera imagen, vendrían a su casa a echar un vistazo… Sí, ellos aclararían todo aquel embrollo y le dirían qué hacer. Hasta entonces, lo mejor que podía hacer era irse a la cama y confiar en no volver a sufrir las horribles pesadillas de la noche anterior.

                                                              ***

Le costó más de una hora conciliar el sueño. Y eso que siempre que bebía un poco caía como un tronco en la cama. Pero no era sencillo dejar de darle vueltas al asunto. Por más que intentaba pensar en cualquier otra cosa, las imágenes volvían a su mente una y otra vez, como olas rompiendo sin cesar contra un acantilado siniestro. Pero en algún momento de la noche, consiguió quedarse dormido.
     Despertó de nuevo sobre las tres de la madrugada. Le había parecido escuchar un ruido en la habitación, una especie de susurro o siseo. Abrió los ojos. La oscuridad era total, salvo por los números rojos del reloj digital que tenía en la mesilla junto a la cama. Lo miró. Las tres y seis minutos. Aguzó el oído. No se oía nada, pero notaba algo extraño en el ambiente, como si pudiera intuir una presencia entre las sombras. También podía distinguir un olor dulzón y empalagoso flotando en el aire. Alargó la mano hacia la lámpara de mesa y accionó el interruptor. Se hizo la luz y…
     …Se incorporó a medias de un salto al tiempo que un grito se ahogaba en sus pulmones sin conseguir abrirse paso hasta el exterior. El corazón le dio un vuelco y los ojos casi se le salen de sus órbitas. Allí, frente a él, en el centro de la habitación, una figura con una túnica o sotana negra que le cubría de la cabeza a los pies, le miraba. Estaba totalmente quieta, como una estatua anclada al suelo. Quiso hablar, pero las palabras se desvanecían antes de lograr formar una sola sílaba. En ese momento, la presencia levantó la mano derecha y le señaló con el dedo índice. La oscura capucha envolvía su rostro en impenetrables tinieblas, pero entre las sombras podía distinguir sus ojos, dos puntos rojos, brillantes como ascuas. Estos iluminaban con su luz fulgente y carmesí una tez pálida y surcada de arrugas, como un erial desierto y agrietado. De su boca, en la que sus labios parecían esbozar una macabra sonrisa, se asomó una lengua bífida de serpiente produciendo aquel espantoso siseo que lo había despertado.
     Su corazón daba golpes con la fuerza y velocidad de un martillo hidráulico y comenzó a sentir una fuerte opresión en el pecho. Le costaba hacer llegar el aire a sus pulmones y empezó a marearse. Vio como la figura se movía y sacaba un objeto de mango largo de entre los pliegues de su capa. ¡Una enorme y afilada guadaña que reflejaba en su superficie el brillo maligno de aquellos ojos infernales! Un sudor frío se apoderó de él al tiempo que la opresión en el pecho se agudizaba. Casi no podía respirar. Sintió cómo una docena de grietas desgajaban su corazón; pequeñas fisuras que llevaban tiempo al acecho, se abrieron paso. Las grietas se astillaron, crecieron, se convirtieron en simas insondables. Supo lo que le estaba pasando. La caja torácica se le deshacía en pedazos. ¡Un infarto! ¡Estaba sufriendo un jodido infarto!
     Su conciencia se disolvía, se resquebrajaba, estrechándose como las hojas del diafragma en la apertura de una antigua cámara fotográfica. La figura se acercó hacia él, envuelta en un aura de negrura impenetrable, como en una sofocante pesadilla. Antes de hundirse para siempre en las tinieblas de la eternidad, tuvo tiempo para volver a escudriñar aquel rostro pétreo envuelto en sombras, al mismo tiempo que la verdad se le revelaba en un último instante de lucidez: “La Muerte. La fotografía era la misma Muerte avisándome de que venía a buscarme”.
                                                                                      

Juanma - 5 - Julio - 2017
                                                                                                                               

lunes, 3 de julio de 2017

PÁGINA EN BLANCO

Tienes que tratar de conmoverlos en una sola página y en quince minutos ¿Solo una? Sí. ¿Pero a quién? ¿Quiénes son aquellos a los que tengo que emocionar? A todos y a nadie al mismo tiempo. A los únicos. ¿Los únicos? Sí, los únicos que existen en el mundo: los que te miran por la rendija de la puerta, esos que susurran a tus espaldas cuando creen que no los oyes, los que te ponen la bala en la sien y hacen desaparecer la pistola, los que se ríen demasiado alto de sus propios chistes porque no soportan su propia voz. Los que miran de reojo tus cuadernos y se ríen de tus últimos poemas. Igual que se rieron antes de los primeros. No hace falta que los señale con el dedo, sabes perfectamente quiénes son. Ellos dictan las leyes, teclean los titulares, adelantan o retrasan los relojes, distorsionan la realidad y conducen el autobús del mundo. Te observan a todas horas, en las plazas y en los bares, en las bibliotecas y en los parques, en la intimidad de tu habitación y en el vasto océano de Internet; pero no les importas lo suficiente como para ayudarte si algún día te ven caer. No tienen nombre. No les hace falta tener nombre. ¿Y a ellos tengo que conseguir sacarles un puñado de lágrimas en unas cuantas frases? Sí, a ellos. Tú te lo has buscado, desde hace mucho tiempo. No puedes negarte. Ni debes. De todos modos, no es necesario que lloren. Pero busca sus fluidos. Haz que suden con cada palabra, que escupan su odio, que babeen con sus sonrisas torcidas y arcaicas, que se corran bajo sus trajes y vestidos, que aúllen a sus lunas de mentira. ¿Y si la historia no les gusta? Eso es lo de menos, tan solo es una página. Estoy convencido de que no saben que el otoño huele totalmente distinto a la primavera, o que hay caminos de baldosas amarillas que jamás recorrerán. ¿Y cómo puedo escribir así, si ni siquiera sé lo que quieren? Muy sencillo; escribiendo primero una palabra, luego otra y después, una más. Y así sucesivamente hasta que acabes tu puto folio. Solo tienes una página en blanco, un puñado de pensamientos y doce minutos. Tú sabrás lo que deseas contar. Y aunque no lo creas, sabes de sobra lo que quieren. No hay más explicaciones. ¿Me puedes dar algún consejo? No he hecho otra cosa desde que estamos hablando. Y no es necesario, a ellos les da igual el color de la tinta o el formato de las palabras. Tan solo quieren carnaza. Prefieren un charco de mierda envuelto en un lacito que una bella flor en medio del desierto. Solo carnaza, solo verborrea… Escuchándote parece fácil, pero creo que no valgo para esa página. Noto cómo las ideas se me van enredando como patas de araña, como una sopa de letras con demasiadas consonantes. Tú sabrás, pero ya han pasado cinco minutos, es un tercio del tiempo, y no tienes nada. En cambio, ellos tienen cada vez más sed, más hambre y tú ni una mísera línea. ¿Acaso no has escrito desde siempre para su sed, para su hambre? No quieren caviar, les basta con una jodida hamburguesa chorreando ketchup. Una función apta para todos los públicos, barata y que salga decente en las fotos. Dime, ¿cuánto tiempo estarías dispuesto a hacer cola por unas deliciosas patatas fritas rezumantes de aceite industrial? ¿Más de quince minutos? Te apuesto lo que quieras a que no. Hay algo que nunca falla: un poco de épica heroica aderezada de unas gotas de desencanto posmoderno, historias de autoayuda y fitness, orgasmos con eyaculación fuera de plano en postales multiculturales, aventuras y desventuras en tres dimensiones con moralejas pacifistas. Dices que se te enredan las ideas… Menos mal que es una maldita página y no una puta novela. Deja de lloriquear y escribe una condenada historia de cinco o seis párrafos. Si cualquier presentador de telediario del tres al cuarto puede y se le caen los billetes del bolsillo, seguro que tú también. Complácelos, mira cómo se les inyectan los ojos en sangre, cómo arquean su espalda, cómo se les humedecen los labios…No puedo, de verdad que no puedo. Sé que se van a reír. ¿Y cómo no se van a reír? Son hienas, no lo olvides. Que se rían, que se carcajeen. ¿Y qué si lo hacen? Pero sigamos con lo nuestro, que el tiempo vuela y tú… Tachón, tic-tac, tachón. Eres consciente de que ni siquiera te están mirando fracasar, ¿verdad? Tu caída les da igual. Solamente quieren amputarte las manos y arrancarte la lengua. Como vampiros sedientos, lamerán tu charco de sangre y se quedarán con algún bonito recuerdo; tal vez el reloj o un jirón de tu camiseta. Cinco minutos, solo te quedan cinco jodidos minutos. ¿Sabes una cosa? Quizá sea mejor que cojas esa página en blanco, te la metas en la boca, la mastiques hasta que el papel se mezcle con tu saliva y se convierta en una bola que, con un poco de suerte, te ahogue. Pero como eso no va a pasar, haz el favor de empezar de una puta vez a escribir como si no hubiera mañana y nadie te estuviese mirando...


Juanma - 3 - Julio - 2017