jueves, 25 de agosto de 2016

EL CINCUENTA POR CIENTO

Se escucha el entrechocar de copas y cubiertos camuflados entre risas ahogadas y ecos de conversaciones. Se palpa en el aire una festividad que no coincide con la furiosa tormenta que ruge tras los amplios ventanales: fuera de la casa, fuera de la celebración, fuera de la infantil ignorancia humana, del cálido refugio en el que nos sentimos a salvo, pensando que somos mucho cuando en realidad somos tan poco...
     Me siento a su lado, le acarició con suavidad el pelo y le pregunto si es feliz.
     "En un cincuenta por ciento", responde con voz apagada, casi ausente, haciendo precarios equilibrios con las sílabas. 
     La entiendo. Porque claro, en ese restante cincuenta por ciento hay dos mundos quebrándose, resbalando de su eje, desquebrajándose. Hay fiebre, sudores y recuerdos. Esquirlas, escombros y desacuerdos.
     Si uno se centra en los síntomas que siente concretándose en la enfermedad de la existencia, casi podría asegurar, con todo el derecho a equivocarse, que ese díscolo cincuenta por ciento es lo poco que queda de palpable realidad. 
     Una lágrima resbala por una de sus mejillas. ¿A qué cincuenta por ciento pertenece? Se la seco con un dedo mientras la noto temblar. Hago inventario de nuestros activos sentimentales: quedan más bien pocos, pobres y descuidados, ni salvajes ni dóciles, menos pasionales que despreocupados. Entender es una cosa y sentir es otra que no se le parece ni un milímetro. 
     La tormenta arrecia fuera. Truenos y relámpagos que ahogan los chistes y aplausos de la fiesta. La tomo de la mano con dulzura, explorando aquellas líneas que me sé de memoria y, sin embargo, a menudo me parecen tan extrañas. Las cosas no siempre salen como se planean. ¡Pero qué aburrido y gris mundo si así fuera!
     "¿Ya es tarde?", le pregunto. Se gira para mirarme, sus pupilas parecen observarme desde otro universo muy lejano. "¿Tarde para qué", parecen preguntarme a su vez. Pero como en un breve desgarrón de luz que se abriera en el manto de la oscuridad, noto que sus ojos vuelven de ese mundo perdido y regresan a aquella realidad. Resquebrajada, sí, pero aún en pie.
     "Nunca es tarde", responde con un brillo de esperanza en la mirada y un esbozo de sonrisa que es suficiente para empezar a pintar un hermoso retrato. Habrá que seguir haciendo malabarismos sobre el eje de la felicidad y del amor. Pero, ¿no merece acaso la pena? Tropezar, resbalar, caer, sí... Pero también levantarse, y abrazarse, y seguir. 
     "¿Bailamos?", digo incorporándome, pero sin soltar su mano. Por un momento parece dudar, pero se levanta tras de mí y dejamos atrás la aburrida fiesta y su tedioso entrechocar de copas y conversaciones vacías. Salimos a la noche y danzamos al son de la música de los truenos, empapándonos de lluvia y recuerdos cuando nuestros cuerpos vuelven a rozarse. Desde dentro nos observan como locos tras los ventanales. ¡Si supieran lo maravillosa que es la locura y lo triste que resulta su cordura...!
     Cierro los ojos un momento, intento fusionar en mi mente el cincuenta por ciento entero con aquel otro cincuenta quebrado, y balbuceo un minúsculo ruego a la eternidad.

Juanma - 25 - Agosto - 2016