miércoles, 22 de junio de 2016

EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS

Érase una vez una niña que soñaba con caminos de baldosas amarillas...


Los días de colegio le resultaban aburridos, como una cueva llena de trampas o un laberinto sin salida, y no le gustaba estudiar. Se dedicaba a soñar durante los recreos, a imaginar mundos de magia y fantasía y a no salirse de las líneas cuando coloreaba en clase de dibujo. El verano, en cambio, era diferente. Le emocionaba que sus padres la llevaran de vacaciones al bosque o la montaña. Se acomodaba alegre en el asiento de atrás, bajaba la ventanilla y dejaba que el aire travieso que se colaba le alborotara el pelo y le hiciera cosquillas en las pestañas mientras intentaba hacer desaparecer las pecas de su cara con trucos de prestidigitador.

En estos viajes, casi siempre demasiado largos pero divertidos, la niña soñaba con ser mayor para poder cumplir su sueño. Se imaginaba en una pequeña y graciosa cabañita de madera, aislada y apartada del resto del mundo, imaginando, escribiendo y dando vida de la nada a reinos y países inconquistables o planetas y universos imposibles. Todavía no le había puesto nombre a ese sueño, pero conocía de memoria sus cientos de apellidos. Quería ser la creadora y exploradora de todo aquel mundo que, secretamente, amaba.

Pero al mismo tiempo, como a cualquier otro niño, también le gustaba llegar a su destino estival. Y jugar a adivinar formas de caballeros y princesas por entre las sombras de los árboles, o corretear con alborozo detrás de las ardillas. Su padre la acompañaba siempre al río y la sujetaba con cariño, mientras sumergía sus pies en el agua casi helada, para que la corriente no la arrastrara. Cuando, a finales de verano, bajaba con poco caudal, se bañaban juntos cerca de la orilla y, a menudo, su madre les reñía... aunque siempre con una amplia sonrisa de amanecer y primavera, como la del gato de Cheshire.

Ella no sabía, y tampoco le importaba demasiado, lo que era crecer. Los niños siempre saben soñar despiertos. No pensaba en "aquellas tonterías y conversaciones absurdas del mundo de los adultos" o en "buscar algo más realista sobre lo que inventar y escribir". Cuando la rutina la asfixiaba, cerraba los ojos y viajaba a algún paraíso lejano donde los gritos y el dolor no existían, donde todo estaba pintado de nieve como el blanco de sus dientes cuando reía y donde era capaz de respirar incluso debajo del agua. Se limitaba tan solo a vivir. A soñar. A imaginar caminos de baldosas amarillas. Y a reír...


Juanma - 22 - Junio - 2016

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