jueves, 29 de octubre de 2015

AVERNO

Silencioso. Sigiloso. Agazapado bajo la sombra. Con sus alas abiertas traspasando los muros de los sueños que el viento helado del norte quebraba. Era abismo. Era oscuridad. Un firmamento de rostros siniestros con coronas de astros que se podía casi tocar. Lo intentaba. Él siempre lo intentaba. Intentaba rozar con las yemas de los dedos esas estrellas que con su brío esplendoroso le daban cierta solemnidad errante. A lo lejos, en la inmensidad de la nada, contemplaba su ciudad natal, su tierra, tal y como se iba consumiendo. La eternidad, aquella bestia negra, estaba llegando. Desolación de montañas y valles, de bosques y mares. No quería. Y sin embargo, tendría que huir. Huir para salvar lo que pudiera de sí mismo. Huir para no ser tan sólo uno más. Uno como ellos. Uno de ellos. Aquellos de alma oscura y corazón negro que asolan todo lo que pisan, que devastan todo lo que tocan. Pero el viento gélido del norte no llegaba. Esperaba. Acechaba. Meditaba en las ancestrales danzas macabras de sus antepasados. En el ritmo sosegado de sus días y sus noches en aquel paraje desierto, olvidado. Toda la vida ahí. Toda la muerte ahí. Toda la luz y la oscuridad. Siempre ahí. Ahora no era más ayer. Y ahora todo era aniquilación, caos, destrucción de su cultura, de su saber, de sus costumbres. Sabía que aquello estaba cerca de ocurrir. Lo olía en el polvo del viento, se lo había dicho el lamento de los gatos y los cuervos. Ellos lo preveían... se anticiparon al desastre. Ahora que todo era humo y cenizas permanecía sigiloso, agazapado bajo la sombra, con sus alas abiertas traspasando los muros de los sueños y esperando al viento helado del norte. Cerrar los ojos, dejarse ir, volar tan lejos como fuera posible... donde quizás pudiera empezar de nuevo. Pero el viento se demora, no llega. La atmósfera que envuelve sofocante el lugar está ahí. Densa y plomiza. Pesada. Ahí donde la naturaleza es convocada para un ritual de no sé qué fuerzas primigenias y espectrales. Mis montañas, dice. Mis rocas, dice. Mis árboles, mi tierra, mis raíces, dice. Danzaré en el viento con la corriente de las aves migratorias del Averno que vengan a beber de ese agua que discurre contaminada sobre la tierra, dice. Danzaré con la penumbra y el silencio de un crepúsculo que me dé aliento para dejarme llevar, dice. Para seguir anhelando, esperando el regreso de la bestia. La desdicha brota sobre él. La tristeza. La pena. Espera el viento congelado del norte. Que se retrasa. Que no llega ¡Qué no llega! Sus sueños se cosen al destino. Persevera en su danza. Persevera su sangre. Persevera en la vida imposible que se le escapa del alma...

Juanma - 29 - Octubre - 2015                                            

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