miércoles, 29 de abril de 2015

DIVAGACIONES DE UNA TARDE DE PRIMAVERA

La corriente de la tarde transcurre serena, con su aliento de primavera expandiéndose sobre tu vientre. Llamas a la puerta y no te atreves a entrar. Vienes y no sabes de qué hablar. La humedad de tu silencio no se seca e intento lanzar pétalos de besos a esta asfixiante y pesada atmósfera que nos envuelve, intentando acariciar y sanar cada una de tus heridas. Heridas que anhelan huir. Pero tu terca y quebradiza memoria las trae de regreso una y otra vez. Olvídalas, te digo. Olvida cada regreso de las tinieblas que aprisionan tu libre caminar tornándolo en un andar triste, vago, monótono. Te gusta la melancolía, dejar quejidos y gemidos tras tus pasos, lamentos que fantasmas grises recogerán con su llanto. Tiemblo ante tu desidia. Tiemblas en la perdida de tus ganas. Ven aquí, te digo. Abrázame, prométeme que no volverás a ser reminiscencia de las luces apagadas en tu vida. Contempla las maravillas y prodigios a tu alrededor, admira esta tarde maravillosa donde el azul del cielo parece la paleta multicolor de un viejo y genial pintor. Calles vacías. Paseemos. Dame la mano. Que la fuerza sea contundente y ya no te dirijas más de manera silenciosa a ese muro de alambre y espino edificado por los miedos de tu memoria. Un beso. Uno sólo me basta. Los pájaros cantan y hacen cabriolas en su vuelo mientras la ciudad espera ¿No escuchas la fiesta de la vida? Arboles milenarios que permanecen intactos en el devenir del tiempo, acompasando sus ramas al ritmo de una brisa suave, componiendo juntas la hermosa melodía de una bella canción. Agarrémonos a su cintura, unámonos a ella con el hermoso aliento que nos regala la tarde. Probemos tan sólo a vivir la vida...

Juanma - 29 - Abril - 2015                                      

jueves, 16 de abril de 2015

LA MELODÍA DEL BOSQUE

Un círculo de piedras, mágico y perfecto, se erguía solitario en mitad de un claro de aquel bosque primigenio, oscuro y frondoso; tachonado como una alfombra de árboles que nadie conocía y nunca ninguno de nosotros había contemplado; con troncos de un oscuro tan negro como el ojo de una galaxia, dantescas ramas como brazos de huracán y enormes copas de hojas color verde esmeralda.


Era una noche antigua, de color azul profundo, con cientos de miles de millones de estrellas acompañando nuestro curioso ritual. Todos nos habíamos colocado tras las piedras, formando el circulo secreto, esa mística figura tan simple y compleja a la vez, tan misteriosa y llena de arcanos alfabetos. En mitad del círculo levantamos una improvisada pirámide de troncos que dio a luz una enorme hoguera de llamas amarillas, anaranjadas y rojizas, de olvidados destellos azules y plateados. 


Cuando llegó la medianoche, el momento señalado y esperado, el anciano alzó a la inmensidad su instrumento y comenzó a tocar música prohibida desde hacía milenios. El resto escuchábamos en respetuoso silencio; y a medida que la bella melodía tanto tiempo encarcelada recobraba su libertad y tomaba forma, cada uno comenzamos a agregar a su sonido nuevas e improvisadas notas, incorporando a la canción nuestra propia juventud y fortaleza, componiendo así una única e indivisible partitura infinita, vestida de miríadas de sensaciones indescriptibles. 


Permanecimos con los ojos cerrados en todo momento, abriendo la mente y todos nuestros sentidos hacia esos cantos místicos que estaban naciendo aquella noche, cual Ave Fénix de sus cenizas. Podíamos saborear las notas, paladear el ritmo, oler el aroma de cada acorde; podíamos incluso escuchar el latido del silencio del bosque, de la noche llena de magia y espiritualidad, de la naturaleza en el vaivén de las ondas que reverberaba en el aire inmaculado. Todos nuestros sentidos y nuestros sentimientos y emociones ocultas se habían abierto a la pureza y navegaban ahora a lomos de la cresta de las olas de aquel océano de hermosas sinfonías, a la vez abstractas y armoniosas. 


Hicimos música para el universo, para las constelaciones, para las estrellas; para la lluvia renacida, para el manantial eterno, para el amanecer de los tiempos; para el alma de los árboles, para el eco del viento, para las criaturas aún dormidas del bosque. Hicimos música para nosotros mismos, para nuestros anhelantes corazones...

Juanma - 16 - Abril - 2015                                                  
                                                                                                           

miércoles, 15 de abril de 2015

LA VIDA PASA...

Perdido entre laberintos de espacio y jeroglíficos de tiempo la vida se consume y pasa... 

Sumando horas en una habitación cerrada, poco después de que una furiosa tormenta haya humedecido la desnudez lujuriosa del alba, te dispones a volar con tus recién estrenadas alas de cristal ese espacio cerrado y enrarecido donde los sueños prematuros te susurran secretos del mañana. Intentas descifrar su alfabeto y sondear en las recónditas cuevas del saber qué te depara ese eterno girar y girar cada mañana una y otra vez sobre tus propios pasos, para volver al mismo sitio de nuevo a medio tarde, a media luz, sobre el eterno sillón de los recuerdos. La esperanza intenta poner orden y sentido a una jornada que, con el crepúsculo, se va tornando en un prolongado aullido que va creciendo en intensidad a medida que el tiempo y la vida pasan...

Ves que, pese a los continuos cambios y el fluir y renovarse eterno del mundo y de las cosas, todo sigue igual; una rutina y monotonía asfixiantes que te ancla al globo terráqueo y te aleja cada vez más de esas fugaces estrellas a las cuales suplicas y pides tus anhelos y deseos. La apatía se torna una constante y te vuelves espejo de tu reflejo, mirada vacía buscando vida en el dorso de unas manos vacías, piernas cansadas y ya agonizantes de tanto y tanto caminar. Te vuelves una sombra de tu sombra, una senda que nadie se atreve a recorrer ni transitar, un maniquí en un escaparate abandonado. Catalepsia bajo los clavos de la ruina de tus sentidos aletargados mientras los días merman, las estaciones se suceden y la vida pasa...

Con una mirada tenebrosa te vuelves a mirar por la ventana; una ventana abierta por donde bandadas de aves carroñeras se cuelan en la gruta de tu alma ante la insensibilidad inerte de tus ojos. Ya no sonríes. Ya no cantas. Te dejas ir, arrancar, llevar... Te dejas secuestrar por las horas que corroen cada rastro de anhelo y esperanza. Tristeza espectral en las calles tras la ventana. En un trasluz desesperado te intentas buscar y no te encuentras. Sólo hallas nubes pasajeras y migratorias surcando océanos olvidados, mundos perdidos detractores de la libertad. Mientras tanto, la vida pasa y el cielo se tiñe de un halo lánguido y gris. Un gris que insiste y se empeña en ser cómplice único del resto de tus días...

Juanma - 15 - Abril - 2015