sábado, 30 de agosto de 2014

MAÑANA DE AYERES


Era una mañana de nostalgias. Una mañana de ayeres, otra vez. Con ella casi siempre eran días de ayeres. Fui a verla a mediodía, probablemente para sentirla cerca, para decirle que esta mañana puede, pero que esta tarde no será más un nuevo ayer. Me tendió la mano, y yo la cogí. Nos hicimos mil promesas de mañana siempre, de hoy tal vez, pero por favor nunca más de ayer. La despedí con un beso en los labios y con el juramento de la noche entera para nosotros... y nosotros por supuesto para ella.

Ella hacía volar la esperanza con sus suspiros al viento. Absorta, ausente, con sueños en la memoria inmediata y caricias demoradas por las ansias del presente. Llegó a la cita antes que yo, con una sonrisa de colores en los labios y la urgencia en la mirada. Atravesó el patio liviana como una pluma, etérea como un hada y, sin pensarlo, nuestras bocas coincidieron de nuevo en el gusto y en la sed.

Nos amamos en calles, plazas, ciudades enteras. La vida no está en otra parte, le decía, la vida la inventaron en ti para mí. Nos quedábamos dormidos abrazados, soñando como un mismo corazón de una vez. Pero cada mañana al despertar, al igual que el mismo sueño se esfumaba, sin un adiós, sin decir nada... dejándome un  hueco en el alma y un manantial de tristes lágrimas con signos de interrogación en la mirada. Cada día con ella era otra vez un nuevo ayer. El pasado y sus venenos. El presente y sus silencios. El futuro y sus murallas. Afuera la primavera pintando en el futuro siempre más ilusiones que esperanzas.

Cada mañana otro nuevo ayer. Dibujando siempre una puerta en el aire para intentar encontrar de nuevo la entrada de su casa. Corriendo hacia ella y parando el tiempo para atrapar el sonido de su risa en mi memoria. Hasta que un día, como bien sabíamos ambos que alguna vez sucedería, escuché el estallido del universo y la encontré derrotada de ayer bajo su almohada. Con una sonrisa triste y un relámpago de dolor en su mirada...

Juanma - 30 - Agosto - 2014

domingo, 24 de agosto de 2014

TUS OJOS

—¿Sabes que en tus ojos hay magia?
—¡Oh! —exclamó ella— No son más que unos ojos...
—Te equivocas, son mucho más que eso. En tu mirada puedo descubrir muchas cosas.
—¿Ah, sí? —preguntó divertida— ¿Qué clase de cosas?
—Pues la luna —respondí perdiéndome en el laberinto de sus pupilas—, y las nubes también. El arco iris, luciérnagas, flores recién abiertas, polvo de estrellas, mariposas... También puedo oler cosas cuando te miro —abrió aquellos ojos enormes llenos de asombro y alegría—. Sí, huelo a lluvia, a tierra mojada, a lavanda, a pan recién hecho, a secretos, a bosque, a primavera, a brisa de mar...
—¿Y todo eso puedes verlo sólo con mirarme?
—Bueno, en realidad no —me acerqué aún más a aquellos dos abismos de sueños insondables—, solo veo las mariposas. Tus pestañas son sus alas y cada vez que parpadeas es como si las batieses al aire de la mañana. Más que verlas, las siento en el estómago. Es entonces cuando surge la magia y puedo ver todo lo demás...


Juanma - 24 - Agosto - 2014

sábado, 23 de agosto de 2014

SOY...

Soy quien mece las olas
en los laberintos del océano,
soy quien canta y encierra su muerte
en la prisión del vacío,
el que acaricia las rosas
para vestirse con espinas.
Sondeo en las entrañas de los sueños,
les regalo un alfabeto y digo:
"aquí está tu cuna, tu nombre,
hijo, he ahí la primera y última de tus voces,
léela en mis labios, en las palabras que pronuncio
antes de perderte en los misterios del universo."

Soy el rocío que se evapora en la mañana,
el adiós, la renuncia, una despedida...
me escondo en la guarida del secreto
y custodio las lágrimas de los ojos
entre los signos, las runas y la niebla...
Viento de nieve, un número olvidado, la esquina,
el alfa y omega de tus ausencias y presencias,
la aurora, su leyenda, el crepúsculo
donde el mundo muere y tu alma se alimenta,
soy el espíritu de tus pensamientos
y entro en ti atravesando tu corazón,
tan íntimo que te duelo.

Soy la oscuridad vestida de arco iris,
todos los matices del negro y la sombra de los grises,
un cerezo en flor, azahar, una piedra escondida,
la pulpa de la vida,
la primavera eterna e inmortal,
soy la alondra y el ruiseñor,
la tristeza de tu alegría...
soy un faro al norte y al sur de tu mirada,
el dolor de tus pecados,
polvo de estrellas, una libélula en tus ojos.

Soy una página en blanco,
una palabra sin pronunciar,
las células de tu llanto y de tu grito,
la sangre prohibida y antigua,
la galaxia de la noche y un bostezo en la mañana,
las ganas de ganarte a besos la partida.
Soy lo que buscas y pierdes,
soy lo que esperas y desesperas,
tu propia ausencia, mi olvido,
un volcán, un ciervo, una loba en celo,
soy el jeroglífico de la magia,
tus labios, tu lengua,
una gota de sudor en tu cuerpo desnudo.

Soy la piedra de un edificio en ruinas,
el cayado de un anciano y los harapos de un mendigo,
un cuchillo para mis venas, una sierra para tus huesos,
mi memoria olvidada y el regreso de tu amnesia,
la nada y una luz invisible,
un acantilado y todos sus abismos,
tus pasos sobre la hierba, sus huellas y la vida,
el bardo que sueña y que te canta,
la mariposa que lleva en su vientre a tus hijos...

Juanma - 22 - Agosto - 2014



miércoles, 20 de agosto de 2014

UNA TRISTE HISTORIA DE AMOR

Anochece. El crepúsculo baila agarrado a la cintura del mundo. Apenas una esquirla de luna en el cielo. Miríadas de estrellas en el firmamento. La noche se deshoja en horas de madrugada. El día ha sido demasiado largo; un extraño hibrido entre interminable y eterno. Entre sábanas deshechas y arrugadas, dos cuerpos giran alrededor del mundo onírico de los sueños. 

Estela camina por la orilla de la playa con los pies descalzos, el cabello suelto mecido por la suave brisa nocturna. Se detiene cuando una ola le besa los tobillos y suspira. Y en el aleteo del vaivén de ese suspiro una libélula se aproxima hasta ella. De repente siente que es invisible y aquella luz alada penetra en ella. Ahora forman un ente indivisible. Un ser vivo nuevo que camina, nada y vuela por la periferia del universo. En su viaje observa cada desgracia, cada tragedia, cada miseria propia de ese mosaico incomprensible que ellos mismos denominan ser humano. Pero tras cada vuelo, siempre regresa a la playa. Allí piensa, medita y cavila. Busca una solución, una panacea universal; pero la nada la rodea, la resignación la persigue, la desazón la atrapa. Hasta que la contemplación de un nuevo amanecer aproximándose tras el horizonte, dejándose entrever en los albores de oriente, se apodera de ella y la sumerge en un baño de paz placentera. Un sosiego que la imanta sobre un océano de pétalos de rosa. 

Aarón en cambio, es lecho y cauce de una inquieta pesadilla. Estela lo ignora, pero algunas noches en el subconsciente de él entran en erupción volcanes que escupen océanos de lava. De ellos surgen torrentes de sueños decapitados por alguna tragedia humana. Despierta entre jadeos. Sudoroso y frío se mira el dorso de las manos, mira a su alrededor, mira a Estela. En un parpadeo fugaz de sus ojos, su mirada se detiene en el espejo que hay en la pared frente a la cama, y el reflejo le devuelve la imagen de un ser compungido, atormentado y abatido. Toma conciencia, aunque no se extraña, del mal aspecto que presenta; pálido, marchito, casi cadavérico. Se levanta aunque aún faltan algunas horas para el despuntar del alba. Antes de salir de la habitación se vuelve para mirar a Estela; parece dormir apaciblemente. La contempla con cariño y ternura, con un esplendor que ensancha más y más las grietas de su corazón. Algo extraño está sucediendo en su interior, pero tan sólo es capaz de atisbar el breve esbozo de una intuición. Sabe que algún fuego arde en sus entrañas, pero ignora qué lo ha provocado. Quiere tocarla, acariciarla, saborear la miel de sus labios. Hace tanto tiempo que ya no se besan que pareciera que se hallaran en una estación invernal sempiterna. ¡La ama tanto que respeta su silencio y su distancia! La deja dormir, que siga descansando, reposando en esa esfera placentera de los sueños. Le encanta verla dormir. Podría pasarse una eternidad tras otra contemplándola así. "Parece un ángel, un ángel arco iris que se posó en mi hombro en el ayer", se oye decir para sus adentros.

En la cocina prepara un té. No soporta ese silencio sofocante que ahoga la casa de madrugada, tan sólo roto y ahuyentado a intervalos por el tenue y lejano susurro de las olas. Necesita oír la voz de Estela tanto como el oxígeno. Por un fugaz instante piensa en despertarla, pero finalmente decide que no; es mejor dejarla así, en esas fantasías efímeras que debe estar erigiendo en su mente. Después de tomarse el té, enciende un cigarro en el balcón de la casa. Inhala el humo y después lo despliega en espiral en torno a sus pensamientos: "Estela está tan lejos... Tan cerca y tan lejos... En esa habitación de ahí al lado y, al mismo tiempo, en alguna recóndita dimensión desconocida... Tan lejos que toda mi fuerza de amarla no es capaz de acercarla... Ya no quedan en ella palabras de amor, ya no orbíta en torno a su aura aquella mirada cómplice de cuando nos conocimos... ¡Ay, como perdura en mí su recuerdo cual brasa encendida! Aquella playa escondida, nuestros cuerpos danzando al son de la marea, nuestro encuentro, la luz incandescente que iluminó nuestros ojos cuando nos descubrimos como tesoros perdidos y el inadvertido y simple hecho de las palabras del silencio nos hizo emerger en una historia de amor y pasión como de las páginas de un cuento de hermosas princesas y apuestos caballeros. Ahora nos hemos vuelto como este frío invernal, de su mismo material gélido y glacial, como si un metal frío se hubiera instalado en nuestra sangre y corriera por nuestras venas de hielo. Tanta es nuestra lejanía en la distancia que los tambores del adiós parecen resonar en cada hueco de cada estancia, en cada rincón, tras las desconchadas paredes. Me envuelven en una atmósfera pesada en la que es imposible vivir y respirar". 

Se siente abatido. Desde el balcón contempla el mar. El mismo mar que un día los unió y ahora los separa. Regala las últimas horas de la madrugada a contemplar la nada. Pasan los minutos y las horas en un fugaz instante tan breve como la eternidad. Al fin una luz majestuosa y bella comienza a hacer acto de presencia en la delgada línea del horizonte vistiendo la oscuridad de la bóveda celeste de un malva-anaranjado. Huele a humedad. Se aproxima lluvia. Una lluvia que arrancará la irrealidad que aún parece permanecer en letargo. "Hoy lloverá; lloverán cenizas sobre mí... La mar en calma... Mi cuerpo desnudo, su cuerpo desnudo... Aquella playa escondida... Hace tanto tiempo... Sí, volver a bañarnos a esa hora dormida en que no hay nadie despierto en el universo de los vivos... Nuestro sueño era esta casa en la playa solitaria, pero ahora la misma soledad se ha instalado como un eco bajo su techo... Se hace de día y yo aquí ronroneando miserias en mi mente..."

Con cierta nostalgia que se enhebra como hilo negro en su interior, Aarón deja la terraza y vuelve con temor taciturno a la alcoba. Se sienta junto a Estela, tan suave y levemente como el roce de una pluma. No quiere interrumpir de forma brusca su sueño. Un sueño que quizás sea hermoso, o embriagador... o tal vez mágico:
-Estela... -le canta con ternura con voz apenas audible varias veces al oído.
Ella continúa durmiendo. La sonrisa de su rostro sugiere ese sueño plácido que él pensaba. Se aleja de la cama y se sienta en su escritorio. Saca un papel en blanco y una pluma. Cierra los ojos y suspira. Quiere escribir unas palabras de despedida para Estela. Pero hace mucho que no escribe. Está acostumbrado a inventar millones de frases, párrafos y capítulos, pero lleva demasiado tiempo sin enfrentarse al desafío de una hoja en blanco. Y además esta página inmaculada es especial para ella. Ha de escribir algo adecuado, algo digno... no de él; digno de ella. ¿De verdad una despedida? Sí, ha decidido despedirse de ella. Y de esta vida hueca; tan opaca, tan monótona, tan vacía...

"Querida Estela...

"Me estremezco como una brizna de hierba azotada por un huracán al escribirte estas palabras. He tropezado cientos de veces en la vida. Con la misma piedra, y con otras mil distintas. Y pese al hastío que he sentido tantas veces por ella, la brisa de tu amor y el fuego de tu pasión me mantenían unido con un invisible cordón umbilical a la existencia. Pero esta neblina gris de ahora que no levanta y gira y gira alrededor de mi cabeza es más de lo que puedo soportar. Más incluso que tu distancia y tu silencio; los cuales son parte atemporal en algún momento de todas nuestras vidas de las leyes inquebrantables que rigen el universo. Estoy en ese paso ineludible donde el viento del tiempo con su violencia y celeridad te arrastra hacia otros lares, otras sendas. Tal vez la muerte. ¡Sí, la muerte! ¿Sabes qué significa? No es nada más que soltar amarras y dejar atrás el lastre de la vida y empezar otra vez de nuevo. En otro universo. En algún mundo nuevo...

"Tal vez debería despertarte. Pero la duda y la incertidumbre me aconsejan dejarte dormir para que me dejes ir. Sé que me has amado mucho. Que en cierto modo y a tu manera peculiar de hacer y sentir las cosas, aún me amas. Pero sé que mi ausencia no originará ningún conflicto en tu vida. Recorrerás tu camino, y también algún tramo de algunos senderos de otros, como mujer valiente y decidida; valiente y especial; valiente y única. Uno tiende a preguntarse por todo lo que ha sucedido... y también por aquello que no ha pasado. A veces no ha fallado ni se ha roto nada. Quizás es que a veces son muchas las falsas expectativas y promesas de mañana y por siempre jamás que nos hacemos. Y al final terminamos caminando por el borde de un precipicio o junto a los acantilados de un abismo. Y un vacío se instala dentro de ti. En los huecos de tu alma, en las cavernas del corazón. Es un pozo de lodo que te observa, que te examina, que te toca; hasta que al final te despedaza...

"Adiós amada mía, mi querida Estela..."

Aarón abre el cajón de su escritorio y saca un pequeño recipiente de cristal. Dentro hay pastillas de colores. Quita el tapón y las traga todas. A continuación deja la carta en el regazo de Estela y le da un breve beso en los labios antes de tenderse en la cama a su lado, junto a ella. Teme que despierte justo ahora. Pero tras unos instantes comprueba que sigue dulcemente dormida. La abraza con ternura, cierra los ojos y deja que la oscuridad pronuncie sus silenciosas palabras de bienvenida...

En el sueño de ahora, Estela se baña desnuda en las aguas del océano. Se deja ir y mecer por el indomable vaivén de las olas. Una rara sensación se apodera de ella. Mientras se aleja mar adentro, más y más lejos de la orilla, sus pensamientos se vuelven recuerdos que se detienen un instante en cada parte de su vida. "Aarón... Aquella playa escondida que descubrimos sólo para nosotros... Nuestro primer beso. Nuestro primer abrazo. La primera vez que hicimos el amor... Fuimos tan felices y, sin embargo, ¿qué ha pasado?" En el sueño no puede discernir razones de sinrazones y realidad de fantasía. Pero sabe que no quiere seguir viviendo. Debería sentirse triste, pero un susurro como un secreto vaciado dentro de su corazón le dice que ahora es cuando por fin podrá ser libre y feliz. Con un futuro eterno liberado de ataduras, de reglas, leyes y prejuicios... Un futuro donde todo será sueño eterno. La marea anda revuelta. Se deja llevar. Se deja ir. El océano le habla, le canta, le susurra. La marea se convierte en parte de ella. Las olas una prolongación de sus pensamientos. No se siente naúfraga. Sino capitana de su destino. Las ondas refulgentes de la superficie del agua bañada por el sol le acarician el rostro. Se deja guiar; hacia la verdad, hacia la luz, hacia la paz... Hacia el amor junto a Aarón tal vez en la playa de otro lugar...

Las horas se suceden una tras otra en la playa, entrando por el balcón, merodeando por la habitación. El día pasa y la noche vuelve a alargar sus tentáculos de oscuridad hacia el mundo. Ninguno de los dos se ha movido de la cama. Siguen en la misma posición en que les sorprendió la luz de la mañana. Aarón se quedó dormido para siempre. Estela no volvió a despertar nunca más. Hastiados del mundo y sus sinsabores, pero nunca de ellos mismos, decidieron buscarse quizás en otra vida más allá de la muerte. Sin el uno contarle nada al otro, ambos habían tenido la misma idea. Aarón no había notado que faltaban algunas pastillas del pequeño recipiente. Las que había tomado Estela antes de irse a dormir, y gracias a las cuales no despertaba y parecía dormir tan plácidamente. 

Antes de morir, el último pensamiento de cada uno había sido para el otro. Estela no leyó la carta de Aarón. Nadie sabe si él se la pudo leer, o le pudo escribir otras palabras de amor, allá en algún otro lugar. Lo que si se contará durante muchas generaciones es que abrazados el uno al otro, decidieron, sin saberlo, salir juntos al paso de la eternidad...

Juanma - 20 - Agosto - 2014

lunes, 18 de agosto de 2014

ECLIPSE

Se encontraba aferrado a un pequeño tronco de madera cuando una furiosa tormenta emergió tras la imperturbable calma silenciosa del océano. Así se hallaba Eclipse aquella noche, en plena catarsis, apenas consciente, arrastrado por las olas a la lejana orilla de una playa de aguas turquesa y azabache arena fina. Era nochebuena. Un veinticuatro de diciembre marcado en el calendario por la brisa fría y un firmamento henchido de mágicas luces donde las estrellas se iluminaban como bolas de colores en el árbol de Navidad. El pequeño Eclipse, en ese duermevela fruto de la fatiga mental y el cansancio físico, soñaba. Soñaba con que sus limpios y cristalinos ojos azules se abrían para observar a los pescadores acercarse desde mar adentro. Le llamaban. Sabían que él estaba allí, conversando aquella madrugada con la luna llena en alta mar. Porque Eclipse adoraba al astro de plata como si fuese una amante apasionada. Y aquella noche ya de por sí especial, lo era doblemente para él. Quería compartir su tierna soledad con ella. En sus sueños presagiaba escenas de ternura, de cariño, de amor. Pero en su visión había alguien más allí presente. Alguien que le sonreía. En la confusión del sueño no sabía de quién se trataba. Apenas atisbaba a vislumbrar un rostro medio en sombras, envuelto en luces nocturnas que lo despistaban; más siendo como era hijo primogénito del caos y la desorientación. Pero de aquella figura emanó un abrazo, perlas de colores en una caricia deliciosa sobre sus labios anhelantes. Los pescadores arribaron a la orilla rompiendo el embrujo de aquel sueño de cristal.
—¡Eclipse! ¡Eclipse! —gritó uno de ellos— ¿Te encuentras bien?
—Sí —fue su breve y titubeante respuesta.
—Menudo susto nos has dado —le reprendió con dulzura un segundo marinero—. Anda, levántate y ven con nosotros a celebrar la Navidad hasta que las hermosas luces del alba espanten a las estrellas.
—¿Qué? ¿Espantar a las estrellas? —preguntó él casi horrorizado— ¿Cómo podéis hablar así? No deseo celebrar nada. Quiero volver al mar. Llevarme allí dentro —dijo señalando con su dedo el horizonte, allí donde cielo y océano se besaban—. Quiero ver ballenas, delfines, sirenas... los candiles de las constelaciones dibujando sonrisas sobre las olas...
—Eclipse, no estás bien. Olvídate del amor, que aún eres demasiado joven para sufrir.
—Por eso mismo quiero volver al mar. Llevadme allí dentro y dejadme soñar. Dejadme creer en la esperanza que me alimenta cada nuevo amanecer. Llevadme al mar. O prestadme al menos una barca.
—Te has vuelto loco Eclipse. ¿Una noche tan especial como esta y quieres estar solo?
—No, solo no. Con mis sueños y mis deseos...
Los pescadores al final decidieron hacer caso a Eclipse y le dejaron una barca. Aunque todos se marcharon con cierta pesadumbre en sus corazones. Temían por él; pero sabían también que siempre había sido así y que nada ni nadie iban a ser capaces de cambiarlo. Vieron como Eclipse recobraba sus fuerzas y alegría y subía a su embarcación. Asió los remos con una sonrisa en los labios y se adentró en las profundidades del océano bajo el embrujo de su astro de plata. De repente, de la luna surgió un haz de luz que fue a depositarse dentro de la pequeña barca. Eclipse se sintió confuso en un primer momento, pero después lo comprendió todo y comenzó a ascender por aquel halo azulado hacia la esfera gris. Allí en la luna había muchos chicos y chicas como él, pequeños eclipses que no encontraban su tiempo ni lugar allá en la tierra. Todos juntos reían, cantaban y bailaban alrededor de una hoguera de llamas plateadas. Estaba en su hogar; allí donde nacían los eclipses de luna...

Juanma - 18 - Agosto - 2014

miércoles, 6 de agosto de 2014

EL LIBRO DE LOS SUEÑOS

Apenas tenía cinco años cuando lo encontró. Fue la misma noche de tormenta en que su abuelo se acercó hasta su cama y la despertó para enseñarle la magia de leer las palabras escritas en los libros. Esa misma noche, cuando buscaba entre miles de objetos sin uso ni sentido abandonados en el fondo de un baúl otros cuentos donde seguir jugando a coleccionar vocales y hacerlas bailar con las consonantes, lo encontró; pequeñito, hermoso, reluciente: un libro de sueños. Ella nunca había visto nada tan maravilloso y bonito. Por si no fuera suficiente con ello, además de increíble era impredecible y mágico, pues cambiaba a su antojo de forma, de color y de tamaño. Le llevó bastante tiempo conseguir dominar los secretos y entresijos de su manejo; al principio fue difícil, pero con el tiempo se fue acostumbrando a su tacto suave, a sus contornos tenues y luminosos, a algo indefinible que lo hacía inconfundible. Lo estrenó soñando que su pequeño perro era un espléndido corcel, su gatito un leopardo y las tristezas y los llantos, un carnaval de risas.

El libro de los sueños requería ser tratado con cuidado para que no se estropeara; y a fe que lo consiguió pues le duró toda la infancia, resistió dos terremotos, varios huracanes, una dictadura, la separación de sus padres y consiguió llegar en buen uso hasta las primeras incursiones eróticas de su adolescencia. Nada más y nada menos. Después de aquello, el paso implacable del tiempo hizo también mella en él; el riesgo estaba ahora en el deterioro de las tapas y el papel, en el desgaste de las letras, en el olvido de los bordes y las palabras. Pero ella era demasiado soñadora para abandonarlo. Y desobediente como era su naturaleza, lo siguió abriendo todas y cada una de las noches de su vida, aun cuando se aceleró de manera vertiginosa la producción y cosecha de pesadillas.

Hay quien afirma que nunca tuvo demasiado sentido del ridículo. Y puede que estén incluso en lo cierto. Algunos días ella misma se avergüenza un poco de ello; aunque sólo un poco. Y en una caja de madera de boj, dentro de aquel fantástico baúl de su abuelo, aún sigue guardando a escondidas su libro de los sueños. Aunque ahora ya sólo se abra a ratos, a destiempo y mal. Aunque se ponga a regalar pequeñas esperanzas e ilusiones sin que nadie las lea, y se empeñe en darle profundos zarpazos a la realidad. Aunque ya no conserve apenas un ápice de color y nadie, ni siquiera ella, sepa cómo hacerlo rejuvenecer. Aunque los engranajes ocultos entre sus páginas a veces chirrien y le dañen los oídos, los ojos, el alma y el corazón.

Pero al caer la noche ella vuelve a abrir su libro de los sueños y se lanza leyendo desde el balcón; de cuento en cuento, de sueño en sueño, de abismo en abismo, aprendiendo a volar...


Juanma - 6 - Agosto - 2014




















sábado, 2 de agosto de 2014

PARA SIEMPRE

Te colabas sin permiso en mis sueños con tu vestido negro a juego con tus ojos de madrugada, a esa mágica hora cuando la noche es sombra de lo desconocido en los ecos de estos profundos valles. Cascadas de rizos negros se deslizaban por tu espalda tapando a medias tu cara, con el tenue fulgor de un alma deshabitada que por fin entiende que no vale la pena ser memoria olvidada de los recuerdos que quedan atrás. Ibas deshaciéndote de todo. De todo. Sobre todo de aquello que te aprisionaba a una noche sin luna ni estrellas. Tu cuerpo lo quería. Tu corazón lo pedía. Tu mente lo suplicaba. Acantilado arriba, abismo abajo, bajabas y subías con el ritmo sutil de una mariposa sin alas. Ibas en busca de tus huellas, de tu ser, de tu esencia. De esa dulce y tibia belleza de tu reconditez que a veces permanecía escondida o estática en el tiempo. Hasta allí caminabas para encontrarte con ella. Con la dama del crepúsculo. Con la sombra del alba. A veces luciérnaga, otras murciélago. Te plantaste de pie frente a ella. Algo le dijiste. Algo te dijo. Las lágrimas tristes y amargas pintaron vuestras almas. Una de resplandores, otra de tinieblas.

    -¿Qué buscas aquí, mujer?-preguntaba ella
    -No lo recuerdo. Saborear quizás la dulce oscuridad -contestabas. 
   -Estás perdida. Y sola. Te veo con lánguidos pensamientos intentando huir del ayer. Ese ayer agorero y austero. Ese ayer donde aún las heridas de tu corazón se desangran en sentimientos. Ese ayer donde afiladas cuchillas buscan las venas de tus muñecas. Ese ayer que te llevó a la desgracia sin darte ocasión de que te apearas alguna parada antes.
   -Es posible. Pero también vengo a buscar. Estoy aquí porque este reino de la noche me invita, me seduce, me enamora...
   -Estás perdida. Y sola. Te veo arrastrar esa pena que te consume desde hace siglos. A cuestas con ese llanto profundo que entristece tus pasos. De la mano de ese error que invoca los cristales rotos que has de pisar en tu camino. Te reconozco. Sé cómo te llamas. Sé quién eres. Y todo lo de antaño es solo un juego que tú buscas, pero al que ya no estás invitada a jugar. Olvida. Olvida ya. Antes de que sea demasiado tarde.
   -¿Tal es el sino de mi destino? Me siento tan infeliz, tan vacía, tan desdichada... Tristes baladas fúnebres se regocijan en mis entrañas. No sé. Necesito respirar. Inspirar y espirar de este aroma que insufla la noche a ver si con este aire renovado soy capaz…Capaz tal vez de renacer.
   -Estás perdida. Y sola. Sigue mi consejo. Sigue hasta el final del acantilado, hasta el fondo del abismo. Allí encontrarás un faro. Él te ofrecerá esa mágica luz donde romperán las nuevas olas que harán cenizas tu antiguo ayer.

Te colabas sin permiso en mis sueños con tu vestido rojo a juego con tus ojos de fuego. Ibas hacía el fin del mundo. A medida que avanzabas, una luna iba creciendo en el vientre de tu alma. Llegaste hasta el final. Allí donde el rugir del océano estremecía hasta los cimientos de tus huesos. Allí hallaste por fin el faro. Espero que su luz volviera a dar esplendor, aunque fuera tan sólo por un efímero y eterno instante, a tu rostro; y que tus alas negras se transformaran en lo que buscaban y merecían ser; dos luceros, dos arco iris, dos senderos. Tenías que elegir. Por tu bien, tenías que elegir tu propio destino. Tomaste la opción de tu mano derecha. Descendiste por el camino que allí se bifurcaba. A medida que bajabas por él, tu memoria iba olvidando. Olvidando la tristeza, todo lo que eras, todo lo que fuiste. Hasta que la nada deambuló a sus anchas por tu corazón. Hasta que tus hermosos y tristes ojos se cerraron para siempre...

Juanma - 2 - Agosto - 2014