viernes, 11 de abril de 2014

ENTROPÍA

Se acercó despacio, así como difuminado y a cámara lenta. Se sentó de manera tan sutil que pareciera querer hacer notar al universo que lo que más deseaba en el mundo era esquivar su propia presencia. Quería decirles, aclararles, hacerles saber lo poco que se sentía, y lo mucho menos que en realidad era. Deseaba permanecer mudo, quedarse callado para evitar aquel comentario desdeñoso, aquella sonrisa desganada, todas sus miradas huidizas...

Se embarcaba en un viaje astral en cada paso que daba; intentando imaginar cómo sería la vida de haber nacido tan sólo un par de siglos más temprano, en un amanecer rosado, en un mundo dorado, y con un silencio cómplice recién estrenado... de esos que resultan ya imposibles de conseguir bajo la bóveda celeste, no hablemos ya de la órbita terrestre.

La evidencia resultaba insultante, sólo faltaba grabarla y reproducirla. Sus labios sellados en una mueca trágica por el sentimiento de culpa y sus ojos vidriosos, anegados en tristeza, lo señalaban... y le dejaban desnudo. Se empeñaba en dejar solo al vacío, en vaciar los huecos, en rellenar la nada...

El desorden se hizo tan evidente que se convirtió en orden; resulta inconcebible cómo la gente se empeña en manipular el ambiente según convenga, o según la situación. A veces se actúa dramatizando, haciéndose la víctima, culpándonos de todo lo sucedido, desde el mismo génesis hasta el inminente apocalipsis... dibujando a nuestros seres queridos y cercanos el más cruel retrato de nuestra propia miseria e invitándoles a que le den color a su gusto.

En otras ocasiones procedemos minimizando, atenuando y escondiendo lo insoportable que nos resulta el sentido de nuestra existencia; trivializando, lamiendo la herida, cerrando el paraguas bajo la tormenta y tapándonos los oídos ante el inminente restallido del trueno.

Al final todo desemboca en el caos, en la confusión; nos adentramos en una selva peligrosa y oscura donde cada cual dicta y sigue sus propias leyes y actúa al son de sus argumentos inventados (es tan, tan siniestra y oscura que no alcanzamos a vislumbrar las lágrimas de nuestros propios ojos). La oscuridad avanza implacable, sin dar tregua, se expande hasta el infinito y nos asfixia, nos arrebata el oxígeno y deja sin aliento... y el terror, ese miedo más primitivo y ancestral del ser humano, aquél con el que fuimos abandonados al mundo, llega con agilidad y premura hasta el rincón más oculto y preciado de nuestra alma, fundiéndose en un sólo ser con ella y haciendo de ambos un pozo turbio, fangoso, sucio... un lodazal donde ya no valen ni dicen siquiera nada aquellas miradas al vacío que a veces solían decir tanto.

La desesperación se extiende alrededor, se propaga por todos los poros del cuerpo, y ya sólo genera manos frías y temblorosas, lágrimas amargas y extrañas figuras encapuchadas a lo lejos, siniestras y encorvadas... hasta que aparece en algún hueco desconocido de nuestro yo una pequeña entidad con vida propia que brilla con una luz maravillosa y que se atreve a gritarnos:

                                                                
                                                                                     "¡¡¡BASTA!!!"

Juanma - 11 - Abril - 2014

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