jueves, 23 de enero de 2014

ENSOÑACIONES

Una noche glacial, en pleno invierno. Una densa e impenetrable oscuridad inunda todo a mi alrededor, el cielo y la tierra, los árboles y las rocas se funden en un único paisaje, la carretera es invisible y no puedo hacer otra cosa que permanecer quieto en el sitio sin atreverme a mover los pies, la cabeza inclinada hacia delante, atento a todo, los brazos extendidos para tantear en la negra noche; escucho moverse algo, pero no es el viento, es algo mucho más primitivo, es la oscuridad en la que no hay ni arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha, ni lejos ni cerca, ni ningún orden o lógica determinados… Me fundo totalmente con ese caos, y lo único que sé de cierto en ese momento es que mi cuerpo posee un contorno, pero incluso ese contorno se difumina poco a poco entre mis pensamientos mientras un resplandor asciende en mi interior, como el brillo tenue y solitario de una vela en la oscuridad, su llama desprende luz pero no calor, una luz glacial que llena primero mi cuerpo espiritual, y después el físico, desbordando sus contornos, esos contornos que aún conservo en el pensamiento…, mis dos brazos se estrechan en un abrazo intentando preservar ese fuego, esa conciencia gélida y transparente; tengo miedo, tengo frío, y tengo la necesidad de conservar esa sensación e intento protegerla, me esfuerzo por conservarla mientras delante de mí aparece la superficie tranquila de un lago helado y en la ribera de la orilla opuesta, se alza un bosquecillo de árboles, algunos han perdido ya todas sus hojas mientras otros aún no han sido despojados del todo de ellas, esbeltos álamos de los que aún cuelgan algunas hojas de amarillo pálido que tiemblan al viento. Todo sigue oscuro, de una caótica y aterradora oscuridad primigenia, así que las imágenes no las veo con mis ojos sino con esa conciencia sobrenatural que se ha apoderado de mi alma, de mi espíritu, de mi ser…

-Estoy aquí –escucho a mi alrededor. Es su voz, la reconozco, pero no sé de dónde proviene. El eco parece traerla de ningún sitio y de todas direcciones al mismo tiempo y, en la oscuridad, no consigo situarla.

-¿Eres tú? –pregunto con voz temblorosa, no sé si por el frío o por algún tipo de temor que se hubiera apoderado de mí– ¿Eres tú? ¿Dónde estás?

-Aquí –me vuelve a llegar su voz, precedida del silencio y sucedida del eco, expandiéndose por todas partes, llenando el bosque, penetrando en la oscuridad–. Dentro del lago.

Contengo el aliento, asustado. Intento pensar, pero no puedo. Mi conciencia se llena de mil voces y mi mente de mil colores; rojo oscuro, púrpura, naranja, amarillo pastel, verde oscuro, pardo ceniciento… Después desaparecen de súbito y se funden en innumerables matices de gris, de negro y de blanco de distintas tonalidades, como una vieja foto en blanco y negro en la que sólo las figuras permanecieran nítidas. Conteniendo la respiración observo la imagen de mi propio cuerpo, todo está sumido en una gran calma, una calma tal que resulta inquietante, y empiezo a tener la impresión de que se trata de un sueño y de que no debo inquietarme. Sin embargo, no puedo evitar hacerlo; quizás justamente porque la calma es demasiado perfecta, quizás porque algo en el sueño, que empieza a emborronarse y difuminarse, me aterra sin saber por qué…

O tal vez, lo que me aterra verdaderamente sea volver a despertar sabiendo que ella ya no está y que la única manera de encontrarla de nuevo sea así, en sueños; aunque sean tan oscuros y desconsolados como este...


Juanma - 23 - Enero - 2014

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