sábado, 9 de febrero de 2013

MI ESTRELLA


No es fácil recomponer una vida, al igual que no es sencillo hacerlo con los trozos de un jarrón hecho añicos y esparcidos por el suelo, o de una carta cuyos pedazos han sido lanzados a los cuatro vientos.

Que ella ya no estuviera aquí, era como si yo tampoco estuviera. Los pasillos eran mucho más largos y el suelo más frío. Lo mismo ocurría con las noches; más frías y largas. En esas interminables veladas uno nunca se cansa de atormentarse pensando en otras posibilidades, en por qué las cosas no habían podido ser de otro modo, tantos e infinitos caminos tiene la vida…

Pero hurgar en las heridas y ahogarse en el vaso del olvido y en la botella de los recuerdos es como empeñarse en explorar siempre los mismos callejones sin salida. Todo formaba parte de lo mismo, cada eslabón de la cadena de causa y efecto era un elemento fundamental del horror.

Recuerdo muy poco de lo sucedido en el transcurso de tiempo entre Abril y mediados de Septiembre, que fue cuando desperté de nuevo a la vida. Durante esos meses, viví en una niebla alcohólica de dolor y lástima de mí mismo, rara vez moviéndome de casa, apenas molestándome en comer, afeitarme o cambiarme de ropa. La mayoría de mis amigos no vivía en la ciudad, así que tampoco tuve que aguantar muchas visitas ni pasar por las desesperantes formalidades del duelo colectivo. Todos tenían buenas intenciones, desde luego, y cuando alguno de ellos se pasaba a verme, siempre le invitaba a entrar, pero sus emotivos abrazos e incómodos silencios no servían ni ayudaban mucho. Sería mejor que me dejaran solo, pensaba para mis adentros, que me permitieran sobrellevar los días en la oscuridad de mi mente. Cuando no estaba borracho o tirado en el sofá del salón mirando la televisión, pero sin verla, pasaba el tiempo deambulando por la casa, convirtiendo los pasillos en indescifrables laberintos y las horas en interminables eternidades de ausencia. Iba a nuestra habitación y pasaba las horas absorto, contemplando el techo o las paredes como si fueran a devolverme algo. Casi siempre dormía en el salón, pues siempre que me acostaba en mi cama, en nuestra cama, soñaba con ella, y cada vez que intentaba tocarla me despertaba con una sacudida, súbita y violenta, las manos temblorosas y los pulmones inhalando compulsivamente, con la sensación de que había estado a punto de ahogarme, a un paso de hundirme en el sueño eterno.

Algunos días pasaba horas enteras frente a su armario, tocando su ropa, colocando sus cazadoras y chaquetas, descolgando sus vestidos de las perchas y extendiéndolos sobre la cama. Otros días esparcía su perfume por la habitación para recuperarla de manera más vívida y evocar su presencia durante periodos más largos. Por suerte, en Marzo, acababa de regalarle otro frasco para su cumpleaños. Limitándome a aplicar pequeñas dosis dos veces al día, conseguí que el frasco me durase hasta finales de verano. 

Dejé el trabajo y la rutina diaria y pude sobrevivir gracias a los ahorros que ambos teníamos en una cuenta corriente. Tampoco gastaba mucho pues el whisky era prácticamente mi único alimento. Dejé de pagar el recibo del teléfono, el cual me cortaron, con lo que perdí el poco contacto que aún me quedaba con el mundo exterior.

El alcohol mitigaba bastante mi capacidad de sentir y actuar, pero al mismo tiempo me privaba de toda sensación de futuro y realidad; y cuando alguien no espera ya nada, más le valdría estar muerto. Más de una vez me contuve en medio de prolongadas fantasías sobre pastillas para dormir y gases de monóxido de carbono. Nunca llegué a pasar a los hechos, pero siempre que recuerdo ahora aquellos días, veo lo fácil que hubiera sido y lo cerca que estuve. Las pastillas estaban en el botiquín, y ya había cogido el frasco del estante en cuatro o cinco ocasiones; ya había llegado a tener algunas dosis de muerte dulce en la mano. Si la situación se hubiera prolongado por más tiempo, dudo que hubiese tenido fuerzas para resistir. Eran días en los que me enfrentaba al calendario como si fuese una carrera contra reloj, una carrera imposible sin meta ni premio, una huida de mí mismo o una persecución del mundo hacia mí.

Y así se me presentaban las cosas, cuando la mañana del dieciséis de Septiembre el ensordecedor ruido de un avión, galopando el calendario del cielo, me despertaba de un extraño aunque plácido sueño. Me sentí rodeado de millones de palabras conocidas y de susurros ya escuchados, de universos y almas, de historias y sueños, de la certeza de que uno no es más sabio cuanto menos olvida, sino cuanto más recuerda y que, a menudo, uno ha de transitar por las sombras más oscuras para regresar a la luz más bella.

Aquella casa ya no era mi hogar.

Podía ser cualquier otra cosa, pero nunca ya mi hogar.

Aquellas paredes se estaban convirtiendo en un verdugo encapuchado, el suelo en un potro de tortura y el techo en la guadaña que pendía sobre mi cabeza.

Cada día más cerca de ella; y más afilada.

Entonces comprendí que aún no había tocado fondo y que, en cierto modo, todavía deseaba seguir viviendo.


 (Fragmento de "Mi estrella")  Juanma - Otoño de 2006