martes, 4 de diciembre de 2012

REENCUENTRO


Llevaba un buen tiempo preguntándome qué sería de ella. Hacía al menos seis años que no la veía, y un par de veces hasta pude haber soñado con sus pecas. O pude haber soñado que soñaba. Da igual. Se aparecía en mis pensamientos cada vez que escuchaba a U2...o a Héroes del silencio. Pequeños símbolos del pequeño tiempo que compartimos y que, como es costumbre, se nos adelantó y nos dejó solos y mudos. Eso fue algo después de la época de los anónimos, esas cartas quinceañeras que yo dejaba en su pupitre en el instituto y que ella atribuía siempre a otro chico. Las notas le gustaban, y tuvo un casi romance con ese otro chico que, claro, andaba detrás de ella -casi todos andábamos detrás de ella-, hasta que un buen día la carta le llegó con remitente y el príncipe de sus sueños se hizo de carne y sangre y hueso. Tal vez no fuera el apuesto Don Juan con el que fantaseaba mirando a la nada en las interminables y aburridas clases de matemáticas y literatura, tampoco el valiente Don Quijote que, en sueños, la rescataba de innumerables peligros, fieros dragones y malvados caballeros de armadura negra. Pero desde que nuestros labios se cruzaron, los besos fueron un manantial de poesía y sus ojos verdes un torrente sin principio ni fin que me encadenó con las alas del destino a la argolla de su corazón. Hasta que el tiempo, como es costumbre, se nos adelantó y nos dejó solos y mudos. Muchos apenas se enteraron, otros ni siquiera lo supieron. Para el mundo no fue nada. Para nosotros fue un secreto, fue un milagro... fue el amor.

Salgo del metro con prisas, apurado, pero ella me sorprende y me sonríe y yo casi caigo a las vías creyendo que se trata de una aparición. Fue un cruce inesperado, casi inadvertido. Pero no. Nos reconocimos de inmediato, sus labios y sus ojos y sus pecas son inconfundibles. Entro de nuevo al vagón y la sirena se oye antes de que se cierren las puertas. No recuerdo a dónde iba ni por qué tenía tanta prisa. Ni siquiera me importa ya. Me abraza alegre sin decir hola. Lleva el pelo recogido en una coleta, dejando resaltar así las pecas y el arco iris de su sonrisa, cazadora y pantalones vaqueros y un bolso de cuero. Se parece tanto a mis recuerdos que juraría que la hubiera visto ayer. Me pregunta cómo estoy y yo asiento con la cabeza, mudo, incapaz de entender por qué pueden darse esas oportunidades en los momentos más inesperados. ¿Destino o casualidad? Nunca fui capaz de distinguirlos y además... qué más da!!


Me propone reunirnos esa misma noche con el viejo grupo de amigos, los de antes. El club de los poetas muertos, como antes. La sombra del campus de la universidad, como antes. ¿Y la pasión? Como siempre. Antes de que llegue el grupo, minutos antes, solos en el bar, me dice que salgamos a pasear, a dar una vuelta. Y caminamos hasta la puerta de la universidad que ya no es nuestra, aunque quién sabe. Está abierta y son las diez de la noche. Pero pasamos de largo y nos encaminamos hacia la iglesia que hay justo al lado y donde muchas veces íbamos a estudiar. Nos miramos con cara de pregunta sin respuesta, me toma del brazo: "no mires a nadie, entremos". Y entramos directo hasta la capilla, que para mí nunca fue nada más que el palacio de los besos. Hay algunas personas, y por los extremos, bordeando los patios, iluminando los pasillos, cientos de velas ardiendo y regalando su llama y su calor quién sabe a qué!! Retrocedemos, la arrastro hasta la capilla, como tantas otras veces, otra vez. Empujo la puerta y nos refugiamos contra la pared. Me mira. Sé que nos besaremos. Nos besamos. La noche la han puesto ahí para nosotros.

Salimos al patio sin dios ni dueño y caminamos de vuelta por la universidad. Me toma la mano, recorremos nuestra antigua geografía de piedra. "Aquí te quise desde el principio". "Ahí, en esa esquina oscura, me abrazaste por primera vez", pero fue sólo unos meses después cuando descubrimos coincidencias y diferencias aterradoras. Cuánto tiempo ha pasado desde que nuestros destinos eran vecinos!! Allí, en aquel patio, nos sentábamos con mucha gente, y ella tenía una camiseta azul, y el pelo largo, y unos vaqueros desteñidos, y unos ojos de fin de mundo que todavía tiene, ojos verde abismo. Y en un recodo de la nostalgia, aplastados entre un muro y el pilar, nos abrazamos, mientras desde la iglesia se escucha una música magnífica que es para nosotros, como siempre. Ya ves, de nuevo somos el pasado del presente y el presente del futuro. No quiero la música. Me quedo con el bello silencio del ahora y el ayer. Con el patio oscuro, con los fantasmas que suben y bajan las escaleras, con las voces que cada uno pone a sus recuerdos. Con las lágrimas y sueños que regresan con los besos.

"Aquí me quisiste", y quizás a otros también. Puede que ahora sea tarde, aunque nunca es del todo tarde para nada, y allí estamos los dos solos, sobreviviéndonos, rescatándonos, resucitándonos. Callamos a dos voces  por deleite, por sueño, por placer.

En la calle seguimos cogidos de la mano, conmovidos, con preguntas y miedos, con fracasos y heridas. Siento la tibieza de sus dedos, y el flujo sanguíneo de ella a mí y de mí a ella, como si no tuviéramos piel y sí, tal vez, un sólo corazón. Llegamos de vuelta al bar, ahora sí que nos esperan. Abre la puerta y besa mis labios para sellar el secreto. El nuevo secreto y el viejo secreto. El secreto que fue y será siempre uno. Llegan los amigos, la risa, la fiesta. Todo vuelve a ser como antes. Como siempre. Nos miramos entre el humo, el ruido... y tantos años. Nos sonreímos. Esa noche volveré a escribirle una carta sin remite, como antes. Y quizás esta vez el pasado y el futuro sean presente para siempre...


Juanma - 4 - Diciembre - 2012

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