jueves, 9 de agosto de 2012

DENTRO DE FUERA


(Prólogo de "Dentro de fuera")


Escribo desde que tengo uso de razón. Puede que incluso antes. Desde pequeño, siempre me gustó escribir historias. Y si no las escribía, las contaba a los amigos. Y si no había amigos a quien contarlas, simplemente las inventaba o imaginaba para mí. En las noches en vela es bastante más divertido que contar ovejitas. La imaginación es un duende de alas invisibles que se eleva tan alto como nosotros podamos remontarnos. A veces permanece debajo de la cama, otras escondido dentro del armario y algunas más sonando en el equipo de música. Es tímido, pero divertido e insaciable.
   Lo que voy a contar  parecerá una historia de locos. Quizá lo sea. ¿Quién no ha mirado alguna vez cara a cara a la locura? Pese a todo, nada hay más cierto en mi vida que aquella extraña aventura que me sucedió un verano, hace ya algunos años. Por aquel entonces, yo hacía vida en mi habitación. Toda la vida que me era posible sin salir de ella. Sólo abría la puerta si era totalmente inevitable. Cuando mi padre se ponía nervioso y llamaba con insistencia, cuando era necesario ir al baño o cuando me encontraba tan enfermo que ya no era lógico dejarse torturar por el dolor. Comía y cenaba incluso dentro los días que mi padre no andaba por allí.
   Aquel verano me quedé solo en mi casa por primera vez. Aún no había cumplido los diecisiete años y, pese a mi juventud, me sentía hastiado, aburrido del mundo, cansado de la gente, desenamorado de la vida y del amor. Aproveché la ocasión para convertir la habitación en todo mi universo y llenarla de luces y colores, amigos y enemigos, amores y desamores, estrellas y galaxias …
   Pero dentro nada podía hacerme daño. Todo aquello que nos hace sucumbir quedaba fuera para los demás; los coches, la contaminación, el ruido, la televisión, la lotería, las máquinas tragaperras, los semáforos, los relojes, los centros comerciales, los satélites de comunicaciones, la religión, las antenas parabólicas, las peleas por el partido del domingo, las tiendas de todo a cien, el trabajo, las prisas, los restaurantes de comida barata, los restaurantes de comida cara, la prensa del corazón, las vallas publicitarias, el gobierno, la oposición, los sindicatos que no paran de hablar y nunca hacen nada, el Peugeot trecientosypico, los elevalunas eléctricos, el yonqui de la esquina, la puta de la esquina de enfrente, la nueva canción del verano, la última película de Stallone, la primera película de Stallone, dinero, corredores de apuestas, vendedores de enciclopedias, enormes autopistas, farolas que no dejan ver las estrellas y odio, egoísmo, avaricia, envidia y densas nubes de hipocresía. Todo ello a todas horas y en todos sitios.
   Pero nada de ello tenía cabida en mi habitación. Allí dentro sólo estaban mi pluma y mi folio en blanco, mis lápices de colores, mis discos, mis libros y todo el universo que el duende de la imaginación era capaz de sostener sobre sus hombros.
   La música jamás dejaba de sonar. La noche en que Dios habló conmigo, en mi viejo equipo de música sonaba “Imagine” de Jhon Lenon. La figura nebulosa entró, con muy poca educación por su parte, sin llamar a la puerta. Tenía cerrojo por dentro, pero supongo que para Dios eso no debe suponer un gran obstáculo. Tampoco creo que la cortesía y los buenos modales puedan denominarse cualidades divinas. Se sentó en el suelo, frente a mí, y tras echarse hacia atrás sus eternos cabellos blancos me preguntó:
    - ¿A dónde piensas ir sin salir de aquí?
    - No pensaba ir a ningún lugar que no esté ya aquí dentro -respondí.
    - ¿Eres feliz? -inquirió meditabundo.
   - Soy tan feliz y desdichado como quiero. Tan dichoso como en el más hermoso sueño. Tan desgraciado como en la más terrible de las pesadillas. Pero acepto ambas cosas. El bien como parte indivisible del mal. Tú sabes mucho sobre ello. Tú creaste ambas cosas de esa nada que es a la vez lleno y vacío. Para enemistarnos y alejarnos a unos de otros.
   - No llegarás a otra comarca si no cruzas sus fronteras -repuso orgulloso, como si todas las comarcas y fronteras fueran suyas.
   - ¿Creaste tú las fronteras? -contesté casi escupiéndole la pregunta- Porque si es así, no dice mucho en tu favor. Aquí dentro no existen fronteras ni países. Por eso no hay guerras ni necesito armas. A nadie incomodo y nada me molesta. Entre estas cuatro paredes me muevo a mi antojo. Son mi universo, el firmamento que me sostiene. Y yo soy su energía. El océano no es una sola gota de agua, pero una sola gota si puede crear un océano. Tú no podrías ser yo aunque quisieras. Soy demasiado humano, que diría Nietzsche. Pero yo podría ser Dios si me lo propusiera. De hecho, tengo más imaginación que tú. Yo no hubiera creado un mundo tan violento. Y por qué no decirlo; tan inhumano.
   Cerré los ojos mientras daba un largo trago a mi cerveza. Cuando volví a abrirlos, Dios ya no estaba allí. Se había marchado. Quizá le molestó lo que le dije y se ofendió. O quizá mi conversación le resultaba aburrida. No pretendía ni una cosa ni otra. Ni hablaba en serio ni en broma. Hablaba por hablar. Por no permanecer callado ante Dios. Por no tener que escuchar ese incómodo silencio que surge cuando se está frente a alguien y las palabras parecen haberse marchado de vacaciones. No soy quién para juzgar a Dios. Ni para intentar comprender sus razonamientos. Pero sí puedo al menos reprocharle que entre en mi habitación sin pedir permiso y se esfume sin decir siquiera adiós.
   Si no creásemos dioses, no tendríamos que pasarnos toda la vida intentando justificar sus actos. Ni pidiendo favores que jamás concederá. Antes de eso yo seré Aladino, mi habitación La Lámpara Maravillosa y mi cama El Genio de los Deseos. Sin dioses, no tendríamos que rezar. Ni buscar demonios que los combatan.
   Sí, Dios se marchó sin despedirse. El mundo entero está lleno de dioses que entran sin llamar y se van sin decir adiós.
   “Imagine” ya había terminado hace rato. Pero seguro que allá donde esté, Jhon Lenon sigue imaginando un mundo mejor donde los niños no lloren, los maridos no peguen a sus mujeres, las luces de las farolas no nos priven de ver las de las estrellas y los dioses no se despidan a la francesa.    Al menos los que no sean franceses.
   A nuestro alrededor giran, en órbitas desconocidas, cientos de cosas que no comprendemos. Pero, ¿para qué quiere uno ya comprender todo lo demás si tiene en su habitación todo aquello que quiere y necesita?
   El mundo podía seguir a lo suyo ahí fuera. Yo ya tenía sitio por dónde moverme. Pensar es una de las pocas cosas que nos diferencian de las amebas y los peces. Pero hay veces que sencillamente es mejor no pensar en nada.
   Si Janis Joplin hubiese vivido un poco más, Dios habría llevado falda y unas bonitas curvas bajo ella...


  
 Juanma - Julio - 1998

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