martes, 19 de junio de 2012

VÉRTIGO


Tenemos vértigo. Mi sombra y yo tenemos vértigo. Hemos hablado de esto mucho. Lo hablo también con mi reflejo en el espejo, sólo que con otros nombres distintos. Pero siempre sucede lo mismo con esto de tener tanto miedo a la caída. Tanto miedo como para lanzarnos desde lo alto con tal de eliminar la tensión.

Mucha gente se suicida de vértigo.

La gente cae de los balcones, se precipita hacia el suelo, dispara contra sí misma o contra los otros. El vértigo no se parece tanto como uno creería a la locura. Por desgracia. Pero está lleno de pánico.

A veces, incluso, tenemos vértigo ajeno. Y cuando más alto estamos, o cuanto más cerca estamos de algo insondablemente profundo, más vértigo nos posee y atenaza.

Y entonces damos vueltas en círculo. Nos tiemblan las rodillas, se nos  humedecen las palmas de las manos, se nos seca la boca. El corazón se nos quiere salir por la garganta y escapar de la prisión de nuestro pecho... y las pupilas se transforman en enormes y oscuros pozos sin fondo.

Uno puede caer. O no. Depende de cómo de fuerte y resistente sea el pasamanos al que nos aferramos o de que tengamos cerca ese abrazo que tanto anhelamos siempre. Depende de si tenemos un escondite donde ocultar el miedo, que equilibre nuestros propios oídos y que haga pasar el mareo.

El vértigo puede ser una enfermedad incurable. Pero también puede ser un mágico túnel secreto. Dicen que quienes lo atraviesan, casi siempre, en lugar de romperse las alas, aprenden a volar...

Juanma - 20 - 6 - 2012

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