lunes, 25 de junio de 2012

MARIPOSAS

Él fue quién lo inventó. El juego mágico de las mariposas. Consistía en atraparlas con las manos, nunca con trucos o redes, y guardarlas en la boca antes de que se aturdieran.

Siempre hacía lo mismo. Tragaba saliva para que no se les mojaran las alas y ahuecaba la lengua. Ya en su interior, las sentía aletear buscando la salida, y casi era capaz de verlas en su mente, polinizando con su polvo de colores las flores del paladar. Notaba cómo le hacían cosquillas en las encías.

Nunca era mucho tiempo, apenas unos segundos de nada; y después abría la boca para dejarlas en libertad, para contemplarlas salir volando y, aún confusas y algo vacilantes, retomar enseguida su hipnótica danza.

Siempre jugaba a solas. Hasta que ella apareció un buen día como surgida de la nada, con su vestido azul de flores y bordados. Como un sueño, vaporosa, casi etérea... traía sus diez años apenas asomados a sus zapatitos blancos. Él apenas reparó en ella, tan concentrado estaba en conquistar y atrapar su próxima cosquilla de colores.

—¿Qué haces? —le preguntó.
—Estoy jugando —contestó él sin apenas inmutarse.
—¿A qué?
—Al juego de las mariposas.

Le enseñó cómo se hacía. Y con toda la caballerosidad de un niño, atrapó una para ella. La niña la cogió con cuidado entre sus manos, la depositó dentro de su boca, la retuvo allí unos segundos... y después la dejó libre.

—¡Ya está! —exclamó ella.
—No lo has hecho mal para ser tu primera vez —le confesó él.
—¿Y ahora qué?
—Ahora atrapas otra.
—¿Y después?
—Otra más.
—¡Qué juego más aburrido! —sentenció la chiquilla.

"Niñas, siempre igual; no entienden nunca nada de juegos", pensó él. Y siguió a lo suyo, buscando alas multicolores entre la hierba y las flores, ignorándola por completo.

Pero la niña volvió también al día siguiente, descalza y con unas bonitas trenzas cogidas con cintas blancas. Él la vio desde lejos, pero decidió seguir fingiendo que no le importaba. Acababa de guardar otra mariposa en su boca cuando ella se plantó frente a él, cruzó los brazos sobre el pecho y, resuelta y autoritaria, le dijo:

—Quiero que me la pases.

Y se acercó a un suspiro de su rostro, despacio pero sin miedo, hasta rozar con sus labios los de él. Abrieron sus bocas al mismo tiempo, como si fueran una sola. Dentro de esa galería compartida hubo magia, hubo silencio, hubo fantasía... y voló una mariposa.

Él se apartó un par de pasos, asustado. Ella, inmóvil y feliz, sintió un batir de alas elevarse desde la superficie de su lengua al viento, desde el viento a las nubes... y desde ahí a la libertad. Sonrió. Después salió corriendo y, ya desde lejos, le preguntó a voz en grito:

—¿Cómo te llamas?
—¡Loth! —chilló el niño, poniendo sus manos a ambos lados de la boca a modo de altavoz.
—¡Yo soy Alana! —contestó ella— ¡Y mañana quiero que me pases dos! —Fue lo último que la escuchó decir en la distancia.

Nunca más volvió a pensar que las niñas no entendían nada de juegos. Más que de juegos, sabían de magia. Desde aquel día, las mariposas las sentía en el estómago cada vez que veía acercarse a su amiga.

Juanma - 25 - Junio - 2012

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