domingo, 25 de septiembre de 2011

COMO UNA CANCIÓN

Se acerca despacio, apenas una sombra que levitara por el local. Allí está, en primera fila; fumando distraído, a grandes caladas, con alegría. Y se contagia de risa, de humo, de brisa. En primera fila, sostiene en la mano una rosa que le entrega en cuanto se acerca; él se inclina, sonríe con la mirada y le lanza un beso para que ella lo coja al vuelo. El beso del loco del tarot que viene de vuelta a la desquiciada baraja de la vida. En primera fila, se siente capaz de lanzarse al abordaje de todas las naves si es preciso, de arrojarse al vacío sin paracaídas, sólo para comprobar si no se le ha olvidado volar. Afuera, la noche reclama su sed de sueños. Es temprano para otra partida de cartas: la hechicera y el mago tienen una cita.

Y todo surge como en las canciones: el vértigo del amor prohibido, el hechizo de gustar, el milagro de coincidir, la maravilla de encajar. Se puede morir de desidia y dejadez como de cualquier otra cosa. ¡A quién le importa! El mago prestidigitador realiza algún que otro ritual truco de manual mientras los cuerpos exigen aire, exigen agua, exige ser voz. La alquimista vacía el cargador del revólver, la ruleta de la fortuna convertida en espeluznante ruleta rusa. Y un par de disparos secos y estremecedores antes de comprender que la vida, muchas veces, es igual que una canción.

Lágrimas como perlas de sal, noches gélidas, otoño insistente y sin un mal beso que llevarse a los labios. La hechicera revuelve la noche de la ciudad con la misma mesura que sus cabellos. Y la ciudad es todo un universo cuando se ama a uno sólo de sus habitantes. Cumple con puntualidad exquisita los horarios, ¡quién lo diría! Después, hace horas extra con la demencia y la locura. Y los jodidos recuerdos como un cuchillo de sierra en la garganta.

El mago se vuelve puente levadizo y castillo; ella se acerca desamparada a su fortaleza. Se pierde entre los pasillos y bajo las mazmorras en que estuvo prisionera. Dice adiós antes incluso de llegar. Bajo las almenas, el reloj del corazón: sobre la cama, las agujas retorcidas y destrozadas. La primavera queda aún bastante lejos del frío invierno que le espera.

En primera fila, sigue fumando con aire distraído, a grandes caladas, con ironía. Y se contagia de cenizas, de humo, de triste melancolía. En primera fila, tiene las venas abiertas por afiladas espinas que a nadie mostrará. Él se inclina, se quita con miedo el sombrero y regala dolores y agonías. El dolor del insensato que empieza a creer de nuevo en el cruel invierno, en el inminente final. En primera fila, siente el alma cerrada por acoso y derribo. Se contempla entre sueños malviviendo irremediablemente con su némesis, su fiera enemiga. Afuera, la noche reclama su hambre de pesadillas. Es tarde para otra partida de cartas: la hechicera y el mago no vuelven a encontrase jamás...


Juanma - 25 - Septiembre - 2011


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