miércoles, 3 de agosto de 2011

LOS AMANTES

Los amantes no despiertan en el pasado ni sueñan con el futuro. Saben que la vida está ahí, a la vuelta de la esquina, en la próxima hoja del calendario, en el halo de luz de las estrellas fugaces. Víctimas de una extraña fuerza que los imanta hacia la penumbra;, apasionados, jadeantes y sonámbulos de amnesia.

Los amantes no pierden el tiempo haciendo planes. Tienen la virtud de estar ahí siempre para el otro. Esa certeza existe, en parte, porque ya probaron antes a ejercer la gravedad inversa; a desimantarse, a desprenderse, a desenredarse. Aunque son conscientes de que no siempre es posible. Intentan no pedirse nunca nada. O casi nada, que pese a que parece lo mismo, no es igual. Entreabren la boca con timidez para susurrar un beso al labio amado, que también reclama su caricia. Escapan siempre de todos los sitios sin huir jamás de ninguno, y nadie sabe cómo lo consiguen.

Los amantes suelen ser perversos. Tanto que ni siquiera les persiguen ni duelen las culpas. Y sin embargo, en algún recóndito rincón de su perversión, una especie de ternura compartida conmueve a los que encuentran a su paso. Cuando llegan a los restaurantes, las mesas parecen desocuparse justo en los rincones menos concurridos, los camareros aparecen con sus sillas más cómodas y, antes de batirse en retirada, bajan la intensidad de la luz de las lámparas para dejarlos en la intimidad de sus bailes, sus rasguños y sus arrullos. En su cercanía, el universo se contrae, como si el olor de las hormonas cruzara las aceras de las calles antes que ellos atrayendo el deseo de los demás, como una respuesta a la propia pregunta de su deseo mutuo. Las mujeres miran a los amantes y se imaginan siempre en el lugar de ella. Intentan herirla a pestañazos, al tiempo que atraen a él con sus cuerpos hermosos y apenas contenidos. Los hombres los maldicen en silencio y tratan de competir con él en una especie de desafío en el que trataran de probarse a sí mismos. Pero cuando los encuentran juntos, regalándose las retinas, desnudándose con la mirada y descifrándose acertijos y enigmas, guardan sus reproches y vuelven cabizbajos sobre sus pasos.

Los amantes no se engañan ni mienten con falsas promesas. Son sinceros a su modo. No reclaman contratos de posesión ni pertenencia. Saben que el fuerte vínculo que los une discurre sigilosamente por el subsuelo de la ciudad. Son auras invisibles, como los  frágiles espectros de la vida y de la muerte. Permanecen despiertos noches enteras atravesando los sueños de las personas solitarias,  ocultándose entre sus sábanas, hasta que en alguna mente despistada e incauta se encuentran de nuevo y se aman. Se han desgarrado en jirones la piel en todos los rincones del universo sin apenas moverse de la cama, coincidiendo en las agujas del reloj del tiempo. El mago y la emperatriz, el loco y la rueda de la fortuna, escapados del tarot, caminando por su reino inaccesible.

En sus besos tienen siempre un cierto sabor añejo y ajeno. Beben de distintas botellas en la misma copa, se dibujan signos de alfabetos secretos con las manos. Nómadas sin hogar fijo, desesperados en su eterna fuga, todos aquellos que han querido interponerse entre ellos todavía se lamen las heridas. Siempre a solas, se desenmascaran, y en ese secreto al descubierto son tan resplandecientes que eclipsan hasta la misma luna llena.

Juanma -3 - Agosto - 2011