martes, 26 de abril de 2011

POSTDATA

Se dice que cuando las penas dejan de doler, uno ya puede hablar de ellas. 
   Nunca fueron nada de mi agrado aquellas historias del pretérito (sobre todo si es el imperfecto), porque a veces cuando uno cree que por fin ha dejado los fantasmas atrás, una noche aparecen de nuevo todos alineados frente a su cama...
   Por fin he hallado nuevos métodos de habitar la ciudad en tu ausencia, de cruzar las calles, de arrastrarme por algunos callejones oscuros, de doblar según qué esquinas...  

     No es fácil, pero es posible. 
     No es mejor, tan sólo distinto.
   Los codos ya gastados y en carne viva de apoyarlos en las barras de los bares. El humo de los cigarrillos formando figuras inverosímiles en el aire. La poesía entre copa y copa, tu sombra a la sombra de los versos de Lord Byron, tu sonrisa entre líneas en los poemas de William Blake. Tus alegres carcajadas, tus tiernos susurros, tus anhelantes jadeos danzando al son de la música. La belleza de tu cuerpo dibujado en los lienzos. Ráfagas de aroma conocido, sonidos primitivos y prohibidos, un rayo de luz de luna colándose a hurtadillas en la noche entre las cortinas, tu vaivén y tu pelo...
    He de aclarar que no me gustabas hasta que me gustaste. Menuda tontería, pensarás. Pero para mí no lo es tanto, porque a veces llegué a pensar que me gustaste desde siempre. Llegué a afirmarlo, a jurarlo ante la Biblia, a escribirlo en las paredes con sangre y fuego. Pero lo cierto es que no es así...
    No me gustabas hasta que me gustaste. Aunque después me gustaras mucho, tanto... tal vez demasiado. La culpa de todo pudo tenerla una simple mirada, una palabra, un beso... ¡quién sabe! Aquel olimpo que nos inventaste, el universo que me descubriste, la ciudad que pusiste a mis pies. Las estrellas dándote siempre la razón, un planeta opaco reflejando la luminosidad de tu sonrisa, el mapa del firmamento en la maravillosa geografía de tu cuerpo...

    Aullando como lobos a la luna llena, componiendo y tocando para ella canciones inventadas por nosotros, danzando en el mar y bailando al viento. El siempre escurridizo principio de incertidumbre como un augurio. Hasta aquel mismo instante nunca lo supe. Ni siquiera estabas presente en la lista de casualidades de mis mínimas posibilidades. Eras una mera anécdota, un sueño inalcanzable, una alegre y hermosa gota en el océano de mi esperanza.
    Los jadeos acompasados en la memoria de los tímpanos me atormentan. Aún me duele aquella respiración que sincronizábamos una y otra vez, aquellas palabras tuyas que me hechizaban y hacían levitar, que me acariciaban la garganta y el alma por dentro, que me frotaban las desesperanzas, que giraban como un remolino vertiginoso para ir siempre a fundirse de nuevo en los volcanes de tu cuerpo. Me duelen tus preguntas que no recuerdo, la risa acompañándote en el abrazo, las discusiones por nada y sinsentido. Me duelen los recuerdos alegres, casi tanto como me duelen los tristes... que siempre se graban más hondo y profundo.
    Me adormezco como un niño febril recordando tu acento dulce, la última letra de cada palabra de cada frase de amor resonando un segundo más del necesario en el aire, como una brasa encendida que se niega a abandonar definitivamente la vida al calor de su hoguera. Aprendí a imitarlo, pero ahora esa clave no encaja en ninguna de mis partituras, esa llave no abre más ninguna puerta...
    Tus gestos espontáneos eran siempre una constante y continua sorpresa, como el hallazgo de tu humanidad sensible, como el desentierro de una ternura remota. Una flor al borde de un lago hermoso, un poema de Rimbaud poblando con versos la madrugada, unos acordes deliciosos sellando mi adhesión a los territorios de tu mundo, una invitación no consumada, un miedo desatado...
    Los días subiendo y bajando en espiral como una montaña rusa, queriéndote del modo más insospechado, radiante, perdida en tus mundos de Alicia, desorientada sin que me importara porque en el extremo de las yemas de mis dedos estaba tu geografía. Y los reinos que inventamos, y las canciones que bailaste, y los versos que rimamos. Las camas esperándonos, como un verde prado de primavera, como fin de toda conversación, los teléfonos como una perpetua maldición estridente, la gente como testigo inservible de estas ruinas que hoy añoro.
   
   Aquellos hermosos apelativos recién estrenados se fueron, se marcharon sin previo aviso, prisioneros de tu sonrisa, enredados en el filo inapelable de tus pestañas. Pequeña hada de bosque, conjetura imposible, semilla tierna, beso veloz, caricia profunda. Pusiste tu cadáver sobre la mesa, De sangre a sangre nos entendimos, nos prendimos como una mecha, y hoy estoy yo en la superficie helada. No estoy siquiera ya en las casualidades estadísticas de mis mínimas posibilidades. Soy tan sólo una simple anécdota. Y una palabra, que como un copo de nieve, cae temblando desde el cielo del invierno.
 Creo en los aleatorios y caprichosos azares trascendentales. Creo en las extrañas elecciones por raros motivos insospechados, que luego revelan ser tan sólo excusas y pretextos. Creo en aquellas miradas encontradas, enfrente de tus preguntas, cuando tú menos lo esperabas. Creo en los sentidos que se desnudan cuando la razón se piensa, sabe y siente victoriosa. Creo en ese ínfimo y efímero instante en que los caminos se enlazan y entrelazan y alumbran las siniestras oscuridades que proyectan las sombras.  Creo que causalidad y casualidad son sinónimos solapados y encubiertos.
    Creo en nuestra capacidad de asombro constante y permanente, en nuestra continua disposición de ver, sentir y amar. Creo en aquello que llega sin que uno lo busque o se lo proponga. En los maravillosos libros ocultos en antiguas bibliotecas, polvorientos y pacientes, esperando que su mensaje sea leído y descifrado por alguien en particular. Creo en las canciones que asaltan con dulzura los tímpanos para susurrar dulces alegrías o tiernas melancolías. Creo en las botellas con mensaje lanzadas desde una orilla al mar. Y creo en las orillas opuestas, en la inocente mano que allí las recogerá, en las islas que tienden puentes a los continentes con un papel o una palabra como único material palpable. 
    Creo en las casualidades que vienen y van. En los azares fundamentales. En todos los azares. Ésos que, en todo su contexto y conjunto, aquellos antiguos sabios griegos llamaron destino.
   Y creo en el amor. Creo porque lo he vivido. 
   Igual que creo en el dolor. Creo porque lo he sufrido.
   Se dice que cuando las penas dejan de doler, uno ya puede hablar de ellas...


Juanma - 26 - Abril - 2011

lunes, 25 de abril de 2011

IMÁGENES Y PALABRAS...

Siempre me han gustado más las palabras que las imágenes... por mucho que se afirme en el refranero popular que una imagen vale más que mil palabras. Una imagen no es como una palabra, por muy poderosa que aquélla sea. Se puede ver una imagen en la televisión, o una fotografía, y escribir un texto debajo. Pero a esa imagen, cualquier imagen, se le cambia el texto y ya significa otra cosa. Se puede ver una foto de dos niños en un parque y hasta que alguien diga algo, hasta que el lenguaje en forma analítica exprese lo que se ve en la imagen, esa imagen no nos hablará a todos del mismo modo. La imagen en sí misma puede intentar decir mil cosas, pero por mucho poder que ello conlleve, por sí sola no dirá nada hasta que el lenguaje nos lo aclare. Los niños tanto podrían haber estado jugando como riñendo. Por sí sola la imagen es opaca, necesitamos de la palabra para entenderla y descifrarla. Las imágenes pasan en apenas segundos una tras otra, no se puede tener la misma actitud frente a la televisión que leyendo un libro. El libro y la palabra tienen alma, tanta o más que la música. Pero uno no puede tener esa misma actitud leyendo que viendo un cuadro o escuchando una canción, por muy maravillosas que sean también estas experiencias. Para la literatura uno tiene que aislarse de todo, uno no puede leer o escribir en compañía, como si fuera a un museo o al cine. Tienes que aislarte, permanecer en silencio, abstraerte... te exige un esfuerzo, estás mucho más alerta, tus sentidos más despiertos. Después el hecho de que te lean una o mil personas da igual, no tiene tanta importancia. La recompensa al terminar aquello que empezaste a escribir vale por todo el esfuerzo solitario realizado...  y por ese silencio de la palabra cuando sólo vive en el pensamiento.


Juanma - 25 - Abril - 2011